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Josu MONTERO I Escritor y crítico

Tiempo muerto

Como un vendaval en Nochevieja pasa de repente, en unos minutos, todo el tiempo del año. En el día de año nuevo sin embargo la maquinaria del tiempo está prácticamente detenida, le cuesta ponerse en funcionamiento, por eso es un día que no existe, sin tiempo: un tesoro. Hoy ya es otra cosa, todo vuelve a su ser, a este ser extraño y hostil en que se ha convertido últimamente el tiempo. Hasta hace unos pocos años el tiempo era una corriente tranquila y firme que nos conducía a tierras fértiles y abundosas; ahora vivimos con la perplejidad que debe experimentar el pez a punto de ser sacado del agua. Hemos sido instruidos para concebir el tiempo como progreso, como río que fluye, pero sentimos cómo parece ir deteniéndose; todos los parámetros e índices -nos informan- son como los de hace 5 o 10 o 15 años. Y si no hay futuro tampoco hay una visión clara del pedazo de tiempo en que se está. El miedo con que husmeamos el futuro, los desastres que parecen acecharnos, provocan que el porvenir se vuelva poco deseable, y de rebote que también lo sea el presente. Esa flecha del tiempo no puede por menos que afectar de la misma forma al pasado; de hecho es evidente un doble movimiento: el de quien se refugia en glorias pretéritas, más o menos atávicas; o el de quien despierta de ese próspero y reciente pasado y comprueba que todo ha sido más bien una pesadilla de la que no es nada fácil despertar con lucidez, sino más bien con una especie de confusión sonámbula. Lo que está claro que ha amainado es ese afán celebratorio y conmemorativo de las glorias del pasado que acababa siendo otra materia más de consumo cultural. Cuando no hay mañana, el ayer se evapora. ¿Y el hoy? Mientras dura la tormenta, prescindimos de toda imagen del tiempo propio y del tiempo en general. Y eso tiene una consecuencia: dejar el corral al cuidado del zorro.

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