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Mikel INSAUSTI Crítico cinematográfico

Amour pour la patrie

Para cualquier espectador del mundo Gérard Depardieu es la imagen del cine francés, así que cuesta imaginárselo viviendo fuera de su patria. Ahora bien, hay que fijarse en que Obélix ha abandonado su irreductible aldea gala, pero no se ha salido del mercado francófono, lo que refuerza la idea de que existe para los famosos una segunda nacionalidad, que es la económica. Obsérvese que Gérard Depardieu se va a Bélgica, como en su día Johnny Hallyday se fue a Suiza para evadir los impuestos.

Depardieu alega que a lo largo de su carrera ya ha pagado suficientes tasas, pero un estudio del diario «Le Monde» desmiente las cantidades que afirma haber desembolsado. El fisco no se ha quedado con su sueldo de actor, sino con parte de sus ganancias como empresario, que es otra cosa muy distinta. El valor de sus inmuebles es incalculable, junto con los restaurantes y viñedos que conforman un patrimonio inalcanzable para la mayoría de sus compañeros de profesión.

Con su gesto, al empadronarse en Néchin, Depardieu se sitúa a la cabeza visible de la oposición al plan de François Hollande para grabar con impuestos especiales a las grandes fortunas. Está haciendo política de derechas de forma consciente, ya que prefiere posicionarse del lado de los que consienten el enriquecimiento ilimitado, aunque resulte sospechosamente fraudulento.

En el fondo sigue siendo aquel joven criado en ambientes delictivos, incapaz de renunciar al botín. Para «Astérix y Obélix: Al servicio de su Majestad» había firmado un contrato a porcentaje sobre la taquilla, que ha sido ruinosa y muy por debajo de lo invertido.

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