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CRíTICA | Opera

La ópera sobre el niño más alto de Altzo

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Mikel CHAMIZO

El viernes se estrenó en el Museo San Telmo de Donostia la última creación de David Azurza, la ópera infantil «Altzoko Haundia», basada en la historia de Miguel Joaquín Eleizegi, vecino de Altzo que vivió en la primera mitad del Siglo XIX y que alcanzó renombre como fenómeno de la naturaleza debido a su extraordinaria envergadura -los testimonios más optimistas afirman que llegó a alcanzar los 2,42 metros de altura al final de su vida-. La ópera, que se podrá disfrutar en versión escenificada en 2016, se adelantó en San Telmo dentro del programa «San Telmo, bertatik bertara», que persigue la difusión de piezas pertenecientes a la colección del museo, en este caso una enorme banqueta, unos sombreros de gran circunferencia, herramientas y otros utensilios y documentos que pertenecieron al Gigante de Altzo y que, inexplicablemente, no se trasladaron desde su lugar habitual en el museo hasta la iglesia, donde tuvo lugar la presentación de la ópera, para que pudieran ser observados por los cientos de asistentes que llenaron el templo.

La así llamada ópera, que más bien adopta la forma de una cantata, tiene uno de sus puntos fuertes en el libreto escrito por Koldo Izagirre. El escritor pasaitarra transforma a Miguel Joaquín Eleizegi, el personaje real, en el Gigante de Altzo, un ser legendario. Así, se toma muchísimas licencias con respecto a la historia real de Eleizegi, o a lo que de él sabemos con alguna certeza. Por ejemplo, la obra comienza reflejando la confusión y soledad del «pequeño», entre comillas, Eleizegi, al compararse con los demás niños del pueblo, que se burlaban de él por su altura y el tamaño de su cabeza. Pero lo cierto es que Eleizegi no sufrió de gigantismo, mal que afecta desde la infancia, sino de acromegalia, una enfermedad de la hipófisis causada por un tumor. Por eso no comenzó a crecer desmesuradamente hasta que tuvo 20 años.

Otra licencia importante es la de su enamoramiento con la reina María Cristina, cuando la realidad es que en Madrid Eleizegi se presentó ante Isabel II y, desde luego, no pareció prendarse de ella. Pero Maria Kristina, por las cualidades fonéticas del nombre, le da alas a Izagirre para proponer mil rimas en euskara -kriskitina, fina, atsegina, etcétera- y, además, ¿qué sería de una ópera sin una buena trama amorosa? El libreto está también lleno de piratas: uno medio bueno, que lleva a Eleizegi por media Europa, mostrándolo como atracción de feria, y otros dos bucaneros malvados que les persiguen con la intención de apoderarse del Gigante y así beneficiarse ellos de tan lucrativo negocio.

El libreto está, por tanto, repleto de inexactitudes, pero en un plano poético y narrativo funciona de forma excelente. Evoca una imagen única de Eleizegi como la de un niño encerrado en un cuerpo extraño y gigantesco, casi un monstruo bondadoso a lo Frankestein, atravesando situaciones dignas de un cuento de hadas -como el combate de boxeo en Londres, donde el adversario de Eleizegi, otro gigante como él, mágicamente se transforma en «giganta» y se quiere casar con el vasco-. El texto de Izagirre está empapado de esa sabiduría popular que emana del folklore y de esa imprevisibilidad de los cuentos de Karel Capec, en los que algo anecdótico se vuelve sumamente importante y lleno de significado. Y repleto, además, de preciosos giros poéticos.

Sobre ese libreto delicioso construye David Azurza una música que, para tratarse de una ópera infantil, es bastante exigente para el oyente. Durante los primeros minutos consigue recrear con extraordinaria eficacia el mundo triste y casi onírico de un niño gigante que no comprende lo que le ocurre, haciendo uso de un lenguaje compositivo que no teme caer en los atrevimientos. Pero luego, de repente, introduce cancioncillas de corte casi pop, como queriendo justificar así el hecho de que se trate de una creación para niños. Esta dinámica se va repitiendo durante la hora y veinte minutos que dura la obra, en una sucesión un tanto desconcertante de música bellamente evocadora y melodías demasiado facilonas. Aunque los niños presentes en San Telmo siguieron la ópera con interés, en mi opinión la proposición de Azurza es obviamente adulta y podría ser mucho más redonda sin esas concesiones un tanto forzadas. Pero se trata, sin duda, de una partitura llena de aciertos y con una escritura, tanto vocal como instrumental, ágil y llena de oficio. Azurza, que dirigió y cantó con entusiasmo, se benefició de disponer para la interpretación de un estupendo plantel de cantantes y actores, que lo hicieron francamente bien, a pesar del handicap que supuso una amplificación nefasta y emborronadora.

Ficha

«Altzoko Haundia», ópera infantil con libreto de Koldo Izagirre y música de Intérpretes: Hodei Truk Abesbatza y Txintxarri Txiki Abesbatza. Joseba Carril, Maite Arruabarrena, Ramon Agirre y Leire Alargunsoro (cantantes), Andoni Aleman (narrador), Amaia Corral, Kike Amonarriz y Ainhoa Pineda (actores). Conjunto instrumental.

Dirección: David Azurza.

Lugar y fecha: Donostia, Museo San Telmo. 05/01/2013.

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