Dos meses después de la formación de un gobierno en Libia, el país todavía no tiene Constitución, según las informaciones, por falta de consenso sobre el modo de designación de la comisión encargada de redactarla. Los ataques y las represalias entre facciones son diarios y la perspectiva de que Libia pueda levantar el vuelo y funcionar se evapora con el paso del tiempo. Quienes apostaron por la guerra y los poderes globales que alimentaron con armas y aparentes razones la intervención militar «humanitaria» tienen una gran responsabilidad en el devenir de los acontecimientos. De hecho, Libia puede considerarse como un «estado fallido», donde las milicias imponen la ley en su territorio, como ha ocurrido en Somalia o en Afganistán. Es más, como consecuencia de la guerra impuesta a Libia, Mali está al borde del colapso, Níger también y gran parte del territorio del Sahel lleva camino de convertirse en un «no man's land».

La situación es un buen recordatorio de las nefastas consecuencias que acarrean las vías y los medios por los que los poderes globales, en su afán imperial, han apostado. El fracaso de las llamadas «guerras humanitarias» es estrepitoso.