Eliminados de Europa League y Copa, coquetean con el descenso
Se les rompió el amor
Un vestuario que no se ha entregado a Bielsa con la fe ciega de hace un año se debate entre lo que pudo ser y la situación actual.
Joseba VIVANCO
«No me quieras porque gané. Necesito que me quieras para ganar». Es lo que reza el libro de cabecera del argentino Marcelo Bielsa. No me quieras por lo que hice, quiéreme para volver a hacerlo. A día de hoy es a lo máximo que se puede abrazar una incrédula afición de San Mamés y a lo que la puede apelar el técnico y su plantilla. Ni a principios de la campaña 2011-12 el más optimista de los athleticzales soñaba con un año como el que aguardaba, ni en el preámbulo de la 2012-13 la pesadilla del más pesimista le sobresaltaba ese sueño con una primera mitad de temporada como la que el Athletic está atravesando. De asombrar a media Europa con su juego, a parecer una caricatura de sí mismo.
A nadie se le escapa que las broncas veraniegas, las filtraciones del vestuario, la espantada de un puntal como Javi Martínez, el anuncio de la marcha de Llorente y su intrascendente aportación al equipo, han aliñado un estado de ánimo nada idóneo para afrontar una campaña que se entendía de confirmación de una propuesta futbolística. Un potaje cuya receta se horneó meses atrás, en aquella final perdida de manera lamentable en Bucarest, donde las vacas sagradas del vestuario no dieron la talla. Allí se rompió algo, el idilio entre un técnico exigente al máximo y una plantilla que le entregó su alma.
Perder aquella final y volver a naugrafar en la siguiente en Copa quebró esa entrega ciega del vestuario hacia Bielsa. La clave de esta primera parte de la temporada no ha estado tanto en las ausencias como en la predisposición de la mayoría de futbolistas a entregarse en cuerpo y alma en aras de ¿volver a quedarse sin premio?
El propio técnico de Rosario lo definió bien hace días cuando recordó que el entrenador del United Alex Ferguson quedó asombrado porque los rojiblancos entrenaran por la mañana y por la tarde el día antes de verse las caras en el inolvidable partido de Old Trafford. Aquella entrega ya es historia, como las machaconas concentraciones, la ausencia de días libres. Bielsa dijo en verano que para exigir primero tenía que dar. Ni él se veía en condiciones de exigir ni los jugadores han querido volver a dar. Lo que no tiene que ver con su dedicación plena sobre el césped, cada partido.
Así las cosas, el equipo, con una calidad que nadie duda, ha vuelto a ser una plantilla de andar por casa, queriendo jugar a lo mismo sin el mismo convencimiento ni la misma fortaleza no ya física, sino mental. Este equipo no se ha preparado para afrontar sicológicamente una temporada como la pasada.
Apenas hay algún jugador que haya cogido su nivel de forma en estos cinco meses, las lesiones se han cebado con muchos -lo que pospone una y otra vez su aportación-, la inaguantable presencia de un Llorente con la cabeza en otro sitio, un Amorebieta que sigue regateando a la directiva, una endeblez defensiva que iguala récords negativos, las eliminaciones a primeras de cambio en Europa League y Copa como cúlmenes de ese querer y no saber... Hace dos o tres semanas había cierto optimismo, dos o tres victorias ante equipos `asumibles' y enganchados arriba; ahora mismo, casi nadie se cree las palabras de Bielsa de que esto acabará bien.
Hace un año, ganara o perdiera, se sabía a qué jugaba este equipo, ahora no transmite fútbol. Y dicen que el fútbol es un estado de ánimo. Pues el Athletic, como la princesa, está triste, ¿qué le pasará al Athletic...? ¿se le rompió el amor?
La segunda juventud goleadora de un entregado a la causa Aritz Aduriz, las oportunidades a Ramalho, o la irrupción volcánica del joven Aymeric Laporte, han sido las notas positivas con nombre propio de esta deslucida mitad de temporada. La otra cara de la moneda la representan jugadores como Iturraspe, tan necesario como balbuceante este curso, un Herrera que no acaba de coger al equipo por los cuernos, un De Marcos que ahora parece solo correr, un maltratado Iraizoz, que recibe tantas críticas como goles, o un Iker Muniain de solo 20 años, muchos kilómetros en sus piernas y al que algunos dan ya casi por amortizado. J.V.