El «Tríptico de la guerra» de Arteta, hito del arte vasco, vuelve a casa
La obra estará expuesta en el Museo de Bellas Artes de Bilbo hasta el 7 de abril. Realizada en 1937, representa la derrota y los desastres de la guerra. Para el «Tríptico», Aurelio Arteta recuperó la iconografía vasca y, en especial, la figura femenina que, sometida a un largo proceso de idealización, devino en símbolo de la nación vasca. El noucentismo se mezcla con la querencia del pintor por los temas etnográficos, esenciales en el orden simbólico de su iconografía.
Alvaro HILARIO | BILBO
El «Tríptico de la guerra», pintado por Aurelio Arteta (Bilbo, 1879-México D.F., 1940) en 1937, es un alegato antibelicista que refleja la derrota y los sufrimentos de la guerra. El estilo, la estética de los tres lienzos que conforman la obra, está a caballo entre las vanguardias y esa iconografía vasca destinada a visibilizar la sociedad vasca a través de sus personajes característicos (baserritarras, arrantzales, obreros metalúrgicos, etcétera).
En opinión del director del Museo de Bellas Artes de Bilbo, Javier Viar, además de señalar la desaparición del modo de vida tradicional vasco, el «Tríptico de la guerra» marca también el fin de la tradición pictórica liderada por Arteta y los Arrue, que exaltaba y plasmaba en imágenes la sociedad que la guerra hizo desaparecer.
Ese catálogo de tipos étnicos vascos -esa iconografía presente en el «Tríptico»- surgido del pincel de Arteta fue adoptado por el nacionalismo vasco y ha llegado hasta casi el fin del siglo XX a través de carteles y otro tipo de propaganda política.
Llegado dentro del programa La Obra Invitada, el «Tríptico» estará expuesto en el Museo de Bellas Artes de Bilbo hasta el 7 de abril.
Iconografía vasca y simbolismo
Figura central de nuestro arte de principios del XX, Arteta formó parte de los círculos intelectuales de Bilbo -impregnados de humanismo, socialismo y laicismo- junto a otros creadores como Nemesio Mogrovejo, Tomás Meabe, los hermanos Arrue o Ramiro de Maeztu.
Colaboró con dos revistas -«El coitao» y «Hermes»- que marcaron las tendencias artísticas y sociopolíticas de las primeras décadas del siglo XX en Bilbo: progresismo humanista y abertzalismo laico; Arteta recogería ambas tradiciones.
En 1913, Arteta pasa de los temas más obreristas a la elaborarción de un corpus iconográfico, una gama de imágenes, para el abertzalismo vasco no clerical, representado por la revista «Hermes». Así nacieron esos tipos étnicos de gran eficacia visual, donde la mujer y las escenas de maternidad tienen un papel relevante.
Es la iconografía que recuperó para la realización del «Tríptico de la guerra». Los cuadros representan «El frente», «El éxodo» y «La retaguardia». Dos mujeres, madres, centran la composición. Arteta fue, con el tiempo, idealizando la figura femenina hasta convertirla en símbolo de la patria vasca. En «La retaguardia», la madre muerta representa la derrota vasca, el final de una forma de entender la vida y, por ende, de entender el arte: el «Tríptico» fue el último ciclo simbólico que Arteta pintó.
La maternidad se identifica con la casa solar, con el nucleo originario, y así, en «La retaguardia», la madre muerta representa la derrota vasca, el final de una forma de entender la vida y, por ende, de entender el arte.
Lugar: Museo de Bellas Artes, Bilbo.
Fecha: Del 15 de enero al 7 de abril.
Programa: La Obra Invitada.
Precio de la entrada: 6 euros; desempleados gratis. Los miércoles, entrada libre.
Aurelio Arteta es uno de los grandes de la pintura vasca; uno de aquellos que hizo la aventura de París, primero, y Madrid después: cabeza de playa de las vanguardias en la Península y correa pedagógica de transmisión para con artistas más jóvenes, como Menchu Gal, de quien fue profesor en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando.
El «Tríptico» marca el fin de los ciclos simbólicos en la pintura de Arteta. Entre estos, sobresalen los frescos del Banco de Bilbao en Madrid. Concluído en 1923, la obra es un friso cricular de 36 metros de largo por 2 de ancho y dividido en 12 secciones.
Arteta fue director del Museo de Bellas Artes (entonces denominado de Arte Moderno) entre 1924 y 1927, año en el que dimitió del cargo a raíz de las críticas que desde el Ayuntamiento se hicieron contra su línea de adquisiciones. En concreto, se reprobó la compra de obras de Sunyer, Iturrino, Evaristo Valle, Aranoa, Olasagasti y Urrutia. Con él dimitió la mayor parte de la Junta del Patronato del museo a la vez que recibió el apoyo de la intelectualidad vasca y española. El hecho marca el decaimiento de la vida cultural en Bilbo. A.H.