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«Necesitamos una cultura que incida en la creación de ciudadanía»

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Helena Pimenta

Directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico

Helena Pimenta (Salamanca, 1955) es una de las escasas mujeres directoras de escena del Estado; una carrera que tiene sus raíces en Euskal Herria y más concretamente en Errenteria, donde, al frente de la prestigiosa y rompedora compañía Ur, hizo historia en el teatro vasco durante los años 80 y 90. El jueves su lectura de «La vida es sueño» de Calderón de la Barca recala en el Teatro Arriaga de Bilbo.

Jaime IGLESIAS | MADRID

Trabajadora infatigable, Helena Pimenta lleva apenas quince meses al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico enarbolando la pasión por el teatro como bandera para hacer frente a unos tiempos de incertidumbre para el sector. Entre sus objetivos está el «construir futuro» y entre sus logros un montaje de «La vida es sueño» que, protagonizado por una imperial Blanca Portillo, se ha convertido en el acontecimiento teatral del otoño tras representarse durante tres meses en Madrid con todas las entradas vendidas. El espectáculo inicia ahora una larga gira que, durante un año, les llevará por todo el Estado español y también por algunas plazas de Latinoamérica. Primera parada: el Arriaga de Bilbo, donde estarán del 17 al 20 de enero y que para Helena Pimenta representa una suerte de «vuelta al hogar» tras sus más de veinte años dedicados al teatro en Euskal Herria.

Este pasado otoño se cumplió un año desde que asumió la dirección de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC). ¿Se atreve a hacer balance de su gestión?

Han sido unos meses muy intensos pero estoy muy feliz al comprobar no solo que el programa con el que accedí a la dirección de la CNTC se está cumpliendo sino que se está haciendo con mucha ilusión y mucho entusiasmo por parte de la gente que me rodea y que forma parte de este proyecto. En ocasiones ha sido complicado traducir al lenguaje de la institución pública mi modo de trabajar pero he tenido una libertad plena para conseguir hacer aquello que yo pensaba que era lo más indicado en cada momento y al final el trabajo se convierte en una motivación para avanzar siempre un poco más allá e ir apostando por nuevos objetivos. De este modo hemos logrado poner en marcha proyectos como el de «Teatro familiar» o el «Teatro América», un programa de intercambio con profesionales latinoamericanos, y hemos seguido abriendo el teatro clásico a nuevos públicos.

Con las ayudas a la cultura paralizadas, el incremento del IVA etc., ¿no tiene la sensación de que su labor al frente de la CNTC coincide con uno de los momentos más críticos para el sector teatral que se han vivido?

Desde el 2010 el presupuesto de la CNTC en sus principales capítulos se ha reducido en un 50%. Eso quiere decir que el modelo que estaba funcionando hasta entonces ha de ser adaptado, porque lo más difícil con esa reducción es seguir trabajando para crear presente y futuro que, entiendo, es el objetivo prioritario de una compañía como esta, dedicada a preservar nuestro patrimonio áureo. Por eso estamos intentando dar entrada a más gente en nuestros montajes porque además no debemos olvidar que, en tanto teatro nacional, estamos obligados a acoger nuevas propuestas y nuevas sensibilidades, todo ello bajo el sello de calidad marca de la casa.

Y esos rigores, llamémosles burocráticos, ¿no le restan tiempo para la creación escénica?

Sí, pero es algo que tengo asumido, por lo que te acabo de decir: nuestra obligación es apostar por la diversidad de montajes, de actores, de técnicos, de directores... Yo no tengo pensado dirigir más que una obra cada temporada. Lo que jamás sospeché es que podía disfrutar tanto de la preparación y el recorrido de un espectáculo en el cuál no estuviera directamente involucrada. Pero es así, me hace mucha ilusión apoyar y observar el trabajo de otras personas.

Una manera de arrimar el hombro en estos tiempos de incertidumbre, ¿no?

Las circunstancias actuales obligan, qué duda cabe, pero no se trata solo de eso, sino de una gran convicción en lo que representa «lo público», convicción que te lleva a una implicación mayor si cabe. Dirigiendo la CNTC a veces me siento como cuando tenía veintitantos años y empezaba con Ur, aunque físicamente el cuerpo no me responda igual (risas), pero sí que me noto con la misma energía, con la misma pasión por lo que hago. La vocación es muy importante, te ayuda a afrontar las dificultades, pero claro, hay cosas que se han conseguido a lo largo de estas últimas décadas que están en peligro y que para conservarlas no solo hay que tirar de vocación, son necesarios medios, recursos y dignidad en las condiciones laborales.

Ya que ha echado la vista atrás, ¿cómo valora su propia trayectoria desde el teatro independiente o la creación de la Escuela de Teatro de Errenteria hasta la dirección de una compañía estatal?

Pues en muchos aspectos, como te he comentado, me veo igual que cuando estaba en la Escuela de Teatro de Rentería. En este proyecto he querido poner, al servicio de una institución pública, toda mi experiencia de años y años haciendo teatro. Hay muchas cosas que son iguales pero en grande: la misma idea de formación, la misma idea de comunicación con el público, de incentivar el recorrido del teatro clásico... Puede que la presión sea mayor y la responsabilidad también, pero hay que saber administrarlas. También mantengo la idea de trabajar por la cultura que necesitamos, que es una cultura de formación, de pensamiento, una cultura que incida en la creación de ciudadanía, no una simple cultura de entretenimiento.

Uno de los objetivos que se marcó cuando asumió la dirección de la CNTC fue incentivar las giras. ¿Cómo afronta el inicio de la de «La vida es sueño», su primer montaje al frente de la compañía, que arranca esta semana en Bilbo?

Incentivar las giras responde a una demanda legítima de distintos teatros que, desde fuera de Madrid, reclaman nuestros montajes dado nuestro carácter de Compañía Nacional. En este sentido buscamos una colaboración por parte de los centros que nos reciben con el objetivo de lograr una implicación que vaya más allá de la exhibición de la obra. Con el Arriaga hemos trabajado muy bien en este sentido y por ello es un placer empezar la gira de «La vida en sueño» en Bilbo. Además, en lo personal representa algo muy especial, pues hacer teatro implica un cúmulo de gestos, de experiencias y, en este sentido, solo puedo sentir agradecimiento hacia Euskadi, donde llegué con veinte años y donde hay una cultura de base que yo he adquirido y que siempre se ha manifestado en mi trabajo, lo mismo aquí que allí.

Cuando se hizo cargo de este montaje, ¿preveía un éxito como el que ha tenido con tres meses en Madrid, colgando el cartel de entradas agotadas?

Para nada, ni siquiera podía intuirlo. Lo que sí recuerdo fue el sentimiento compartido por todos los que participábamos en el proyecto, ya desde sus inicios, de que se había producido un encuentro de personas de amplia experiencia, con procedencias muy distintas pero con mucho sentido de la libertad y al mismo tiempo con un alto grado de afinidad. Pero después todo el recorrido que ha tenido el montaje, el modo en que ha conectado con el público, la empatía que ha generado y la repercusión que ha adquirido, ha sido algo que nos ha superado por completo.

¿Dónde localiza esos elementos de empatía que han contribuido, según usted, a la repercusión adquirida por el espectáculo?

Fundamentalmente en la fuerza del texto. Calderón representa un valor seguro pero también es verdad que es dificilísimo de hacer y, si te equivocas o pretendes imponerte sobre él, llevas las de perder. Nosotros optamos por mantenernos fieles al texto pero incidiendo en una idea que nos parecía muy atractiva y es la de preguntarnos ¿quién escribe nuestros sueños?, es decir, ¿quién controla nuestras vidas?, ¿quién incide sobre nuestros destinos? Y esa imagen, la del poderoso que intenta dominar la debilidad ajena no puede ser más actual. Con todo lo interesante es que Segismundo cuando asume haber sido manipulado opta por el perdón no por la venganza, entre barbarie y civilización, él se decanta por esta última opción y esa, creo, también es una enseñanza a tener muy en cuenta.

Blanca Portillo, la Messi de los escenarios

Buena parte de los laureles que ha cosechado desde su estreno este nuevo montaje de «La vida es sueño», que ahora llega al Teatro Arriaga, los ha recogido Blanca Portillo, titánica en su composición del príncipe Segismundo. Helena Pimenta tiene muy claro que sin ella no se hubiera atrevido a montar esta obra: «Fue una cuestión de confianza recíproca, yo le dije claramente que solo me embarcaba en esta obra si era con ella, y ella se manifestó en parecidos términos respecto a mí, así que allí que nos lanzamos», comenta la directora de la CNTC entre risas. No obstante, con dedicar toda suerte de elogios a su protagonista, Helena Pimenta destaca que «lo mejor de Blanca es que, pudiendo haber elegido el camino que ella hubiera deseado, eligió el de lo colectivo, eso habla de su generosidad, su vocación y su implicación en el proyecto». Puestos a establecer símiles clarificadores, Pimenta recurre al fútbol: «Hace poco leí que la fórmula del éxito del Barcelona radica en que teniendo el mejor equipo y practicando un juego asociativo y solidario, además cuentan con la mejor individualidad que es Messi. Bueno, pues algo así nos ha pasado a nosotros con este montaje; contamos con un equipo pleno de talento y complicidad y al frente del mismo está Blanca, que juega y hace jugar de maravilla». J.I.

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