CRíTICA teatro
Familia y neurosis
Carlos GIL
Uno de los autores más relevantes de la generación del teatro argentino de la post-dictadura, Rafael Spregelburg, plantea las fronteras entre lo real y lo imaginario pero a su vez posible, es decir, aquello que pudo haber sido y no sabemos si fue. O lo será. Como parece un tema obligado en el teatro argentino contemporáneo, es la familia la que nos ofrece todas las variables de un estado disolvente de la realidad, en la que aparecen todos los desajustes emocionales, todas las derivadas del egoísmo, la ambición o el amor entendido como una posesión. La familia convertida en una fábrica de neurosis que acaban haciendo de las personas, de los personajes, unos juguetes escénicos poliédricos, que exigen a los intérpretes un trabajo sin red, y a la dirección un pulso que conduzca todo el aparente caos hacia una epifanía final, a una conclusión de vuelta a la casilla primera.
Todo parece muy banal, incluso muy casual, pero la trama se va enredando, las dudas se van apoderando del espectador, los propios personajes empiezan a dudar de su misma entidad, del lugar donde están, si eso que vemos y donde ellos actúan es la verdad, la mentira, lo de aquí o lo de allí. Y en ese discurrir se van sucediendo los acontecimientos escénicos, las revelaciones, las aclaraciones que confunden o las confusiones que aclaran, siempre procurando del espectador algo más que una actitud pasiva.
La escenografía nos despista en un primer momento, pero se comprende su funcionalidad, su apropiación estética para llevarnos más allá de la obviedad plástica que representa. Y es cuando empiezan a desencadenarse los acontecimientos no tangibles, cuando empezamos a entender la composición de los personajes, el trabajo de reconstrucción de cada personaje que deben hacer los actores, empezando por la madre, un personaje fantástico en todos los sentidos, interpretado por Isabel Ordaz con una capacidad de dotarle de esa cantidad de matices internos y contradicciones que conmueve. Estamos ante un texto que sugiere, que polariza, que escapa y retorna, pero ante un trabajo de puesta en escena e interpretación que con todo ello logran dos horas de emoción, de teatro líquido de alta graduación.