Oskar Larrea Amigo del preso vasco Endika Abad
Víctimas solidarias de la dispersión
Relata el barakaldarra Oskar Larrea un viaje Alicante, un viaje que tiene otros muchos lejanos destinos y que los familiares y amigas y amigos de las presas y los presos vascos se ven obligados a repetir periódicamente. Ese viaje, sin embargo, es compartido con otras personas cuyo objetivo no es visitar a nadie, sino únicamente conducir las furgonetas en las que trasladarán a familiares y amigas y amigos a su destino. No son conductores profesionales, no cobran por su impagable labor. Son, en palabras de Larrea, las «víctimas solidarias de la dispersión».
Lopidana. Diez de la noche. El frío de la noche gasteiztarra parece que te rompe los huesos. Una densa niebla cubre todo el area de servicio. Salimos del coche y rápidamente entramos en la cafetería. Según entramos, buscamos cruzar una mirada cómplice con quien se encuentra ahí esperando partir hacia el mismo destino que nosotros. Siempre nos resulta muy sencillo reconocernos. Sin ninguna pregunta. Simplemente con nuestra apariencia y con un intercambio de miradas que lo dicen todo. Unas miradas que reflejan la ilusión que tenemos, sabiendo que dentro de unas horas y a cientos de kilómetros de distancia estaremos con nuestro aita, nuestra ama, nuestro hijo o hija o nuestro amigo o amiga. Nada enturbia esa ilusión de la mirada. Ni tan siquiera los 900 kilómetros que nos esperan ni las interminables diez horas de viaje. Por eso nos reconocemos. No hay nadie que vaya a emprender un viaje como este y salga con esta ilusión un fin de semana tras otro. Bueno, a decir verdad, también nos ayuda mucho ver a alguien con la enorme bolsa carcelaria.
Inmediatamente, un kaixo rompe el hielo y comienza la conversación: «¿A quién vais a visitar?». «A Endika. En Foncalent». «Yo a Lexuri. También en Foncalent». «¿A qué hora tenéis la visita?». «A las doce. ¿Tú?» «A las once. A ver si hay suerte y tenemos todos por la mañana». En ese momento otro chico entra en la conversación. «Pues no va a haber suerte. Yo tengo con Arkaitz a las seis de la tarde en Villena». «Bueno, pues haremos un poco de turismo por Alicante». Realmente, el tener que estar todo el día por Alicante o cualquier otra ciudad durante una visita carcelaria es de lo más desagradable que hay. Lo que queremos es, una vez terminada la visita, volver cuanto antes a Euskal Herria. Volver a casa.
Estos y otros problemas son lo que nos encontramos semana tras semana y a los que tenemos que hacer frente para romper el muro de la dispersión.
Mil veces hemos escrito sobre el peligro de la carretera, el desgaste físico y emocional, el enorme gasto económico y demás obstáculos. Mil veces más tendremos que escribir. Y mil veces nos quedarán por escribir hasta que esto termine. Y mientras tanto, seguiremos resistiendo y encontrándonos en cualquier área de servicio para emprender juntos nuestro viaje. Es un castigo añadido y tenemos que hacerle frente, pero sin resignación.
Sin embargo, hay otras personas que están sufriendo este castigo sin verse obligados a ello. Ellas y ellos son los destinatarios de estas líneas. Hoy no quiero escribir sobre todas las dificultades y peligros que conlleva la dispersión, sino de las personas que eligen sufrir esas consecuencias voluntariamente y en solidaridad con quienes no tenemos más opción que afrontarlas. Son lo que yo denomino víctimas solidarias de la dispersión. Con este nombre me refiero, entre otros, a los conductores de las furgonetas que nos trasladan a cualquier punto del Estado español donde haya una sucursal de esa cadena de hoteles enrejados en los que están alojados los presos políticos vascos.
Mientras nosotros pensamos en el largo viaje que nos espera, no debemos olvidar que ellos lo van a afrontar de igual manera, con la diferencia de que mientras nosotros estemos durmiendo, oyendo música o simplemente descansando, ellos estarán conduciendo. Durante horas. Durante cientos de kilómetros. Con lluvia, con hielo, con nieve...
Como ya he dicho antes, vamos con la ilusión del reencuentro, del abrazo o de la simple conversación a través del cristal. Para los conductores la única motivación del viaje es que nosotros podamos llegar a la visita.
Al llegar a nuestro destino, mientras nosotros nos dirigimos al mako, ellos buscan alguna modesta pensión en la que poder descansar unas horas para afrontar el viaje de vuelta con garantías. En muchas ocasiones sus horas de descanso son interrumpidas por las ya no tan inesperadas visitas de la Policía. Identificaciones absurdas que tan solo buscan evitar su descanso para aumentar el peligro en el regreso a Euskal Herria. La mente policial es limitada hasta tal punto que no consiguen entender cómo es posible que dos personas puedan realizar un viaje de cientos de kilómetros, de forma desinteresada, para que un grupo de personas pueda estar cuarenta minutos con sus familiares o amigos y amigas. La solidaridad jamás ha sido uno de los principios por los cuales se han guiado los diferentes cuerpos policiales a lo largo de la historia. Necesitan saber por qué están ahí esas dos personas y buscan la explicación a través de su lógica y su razón y no a través de los sentimientos, que es donde está la respuesta.
Habiendo maldormido y descansado lo justo, se ponen otra vez al volante para empezar el viaje de vuelta que nos lleva a casa. Tras esperar a que salga el último del mako, partimos hacia Euskal Herria y, con el recuerdo de la reciente visita, vamos cogiendo postura para intentar dormir. Mientras tanto, a ellos les espera de nuevo un largo recorrido para dejarnos otra vez en casa.
Por mucho que lo comentemos, no valoramos lo suficiente a estas personas que cada fin de semana se ponen en carretera simplemente para facilitarnos el viaje. Tampoco valoramos muchas veces el enorme servicio que prestan las furgonetas, sobre todo para las personas que no se pueden permitir el viajar en autobús, avión, coger taxis y demás gastos que con las furgonetas no son necesarios. Por eso es muy importante seguir manteniendo estos viajes, porque mientras haya furgonetas y conductores, nadie se quedará sin visita.
En una tierra como la nuestra, en la que se otorga a las víctimas un papel tan relevante, nosotros y nosotras somos un grupo que sufre como cualquier otro las consecuencias del conflicto, pero las asumimos de frente y con la cabeza bien alta, sin tratar de dar lástima. Algunos porque no nos queda más remedio y otros por solidaridad.
Por fin estamos en casa. A casi mil kilómetros de distancia hemos dejado parte de nuestro corazón, pero la semana que viene volveremos a por él. El viaje ha sido perfecto. Atrás han quedado la lluvia, la niebla, las obras en la carretera, los adelantamientos, los controles... nada de eso importa ya. Estamos en casa. Y así seguiremos hasta el último viaje en el que nos traigamos a todos con nosotros. Seguro que también habrá conductores ese día. Sabemos que nunca nos van a faltar. A vosotros también os decimos: maite zaituztegu! Eskerrik asko, gidariak. Eskerrik asko, benetan!