Koldo CAMPOS Escritor
Invitaciones
Ignoro la razón pero siempre aprovecho las fiestas a las que me invitan para deprimirme. Basta que la música suene y que las piernas comiencen a estirarse y tropezar, yendo y viniendo por la salsa, para que, varado en dos cervezas, yo termine evocando difuntos y funerales.
En los cumpleaños soy siempre el primero en romper a llorar sin que puedan consolar mi abatimiento ni velas ni bizcochos, y ando como alma en pena, soplando besos y apagando abrazos.
En cuanto alguien invoca la esperanza brindando a su salud, a mí me arrebata la congoja y, a fuerza de gemidos, arruino cualquier aniversario; y no hay ánimo, por espléndido que sea, que se atreva en mi presencia a desear próspera felicidad a nadie en el temor de que yo la discuta y desaliente.
Ya ni siquiera me invitan a las bodas para evitar que mis sollozos salpiquen a los novios y coronen de negros augurios sus blancas perspectivas, mientras deambulo afligido entre los invitados perturbando palomas y espantando pianos.
Con que me siente a la mesa del banquete a plañir lamentaciones es suficiente para que los comensales pierdan el apetito y ni el vino les reconforte el ánimo; con que se anuncie mi llegada a los bautizos se enturbia el agua bendita de la pila bautismal, y desde que alguien proclama a mi lado la exaltación del regocijo, yo comienzo a rezongar malaventuras hasta que acaba llorando el bautizado.
Pero ya que insisten en invitarme a su concurrida fiesta, les confirmo mi compungida presencia, así como mi más agradecido pesar por la oportunidad de compartir en su compañía mi neurosis depresiva.