Sabido es que Steven Spielberg se encuentra en uno de los mejores momentos creativos de su ya larga carrera, y que está con la suficiente confianza en su trabajo como para lograr todo lo que se proponga, incluso los proyectos más ambiciosos. Pero no es fácil venir de dos exitosas películas para el público familiar, como «Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio» y «Caballo de batalla», teniendo que cambiar de tercio y enfrentarse a su proyecto más comprometido, por lo que tiene de histórico, político y patriótico, al menos de cara al mercado interior estadounidense.

Para sorpresa general, «Lincoln» está siendo un éxito de taquilla, una vez que ya ha recaudado el doble de los 65 millones de dólares invertidos en la producción. Resulta tan extraño para Estados Unidos como las cifras que «Amour» lleva conseguidas en Europa. No se me ocurre ninguna explicación, salvo que la crisis nos esté haciendo madurar a los espectadores occidentales. De no tener en la mano estos increíbles datos, hubiera dicho que «Lincoln» es la realización más arriesgada de Spielberg hasta la fecha, pues va dirigida a un demográfico adulto interesado por la historia y el debate ideológico.

Spielberg sacrifica la espectacularidad visual a la que se podría haber prestado el trasfondo bélico, para concentrarse en la dramatización de la última etapa en la vida del decimosexto presidente. Hubo un tiempo que pensó en hacer una biografía al uso, a fin de intentar el vacío cinematográfico existente en torno a la figura de Abraham Lincoln, pues la última película entera que se le dedicó data de 1939. Fue dándose cuenta de que era una tarea inabarcable, hasta que terminó por descartar los guiones iniciales de John Logan y Paul Webb. La solución definitiva la encontró con la adquisición de los derechos del libro de Doris Kearns Goodwin «Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln», antes de que se editara. Es un texto que hace hincapié en la habilidad del mandatario para librarse de los enemigos políticos dándoles un puesto en su equipo, convencido de que es mejor tenerlos cerca que no maquinando en su contra.

Complejo guión

La adaptación definitiva ha corrido a cargo del guionista Tony Kushner, autor de la obra teatral y televisiva «Angels in America», y que ya colaboró con Spielberg en «Munich». El guión de «Lincoln» consagra a Kushner como un genio de los diálogos a la altura del gran Aaron Sorkin. Nunca se había dado antes una estructura tan compleja en Hollywood dentro de una obra dialogada, porque la película ensambla los discursos en público con las acaloradas sesiones legislativas en el Capitolio, así como con las confidencias de despacho, con las charlas familiares, con las más íntimas del matrimonio, con los relatos de anécdotas (algunas muy graciosas) a las que era dado el presidente y, cómo no, con las frases inmortales.

Todo este material dialéctico se hace muy denso en una película que dura dos horas y media, así que la buena respuesta alcanzada supone un doble mérito para Spielberg y sus colaboradores. La fluidez de la narración se debe a la utilización de un ritmo tomado de los dramas judiciales, concentrando el suspense del relato en torno a la Resolución de la Decimotercera Enmienda para la abolición de la esclavitud, con lo que el clímax se alcanza en las reñidas votaciones. El emocionante previo desarrolla el proceso para obtener los votos afirmativos necesarios, siempre sobre la idea de que el fin justifica los medios.