Tratado de el Elíseo, o cómo París y Bonn querían limitar la hegemonía de Washington
El Tratado de El Elíseo, que el presidente francés Charles de Gaulle y el canciller de la República Federal de Alemania (RFA) Konrad Adenauer firmaron el 22 de enero de 1963, puso fin a la centenaria «enemistad heredada» de ambos países, con el objetivo de reducir la influencia de EEUU en Europa occidental.
Ingo NIEBEL | COLONIA
Con sus componentes se construyó el motor francogermano que sacaría adelante la unificación de los estados de Europa occidental. Hasta aquí la lectura oficial y un tanto superficial de un documento que dio lugar a un enlace que desde su inicio se caracterizó por intereses diferentes y malos entendidos por ambas partes a pesar de que los cónyuges sí encontraron de vez en cuando algún punto en común en estos cincuenta años que dura su relación. Para entender la razón y la calidad del Tratado de El Elíseo hay que verlo siempre en aquel contexto geopolítico, que ha variado en algunos aspectos en este medio siglo.
El hecho de que el Gobierno de François Hollande en pleno, junto al Senado y a los diputados de la Asamblea Nacional, se reunieran ayer con su homólogos alemanes en el edificio del Reichstag de Berlín se puede interpretar de manera malintencionada, como muestra de la actual relación de poderes en la Unión Europea o como un viaje de los representantes del Estado francés siguiendo los pasos de Napoleón y de otros conquistadores.
Uno de aquellos era el general Charles de Gaulle, héroe de la resistencia francesa contra la ocupación nazi (1940-1944). El líder francés encontró su par en el democristiano Konrad Adenauer, católico de derechas, pero perseguido por los nazis. Los seguidores de Hitler odiaban al exalcalde de Colonia porque en los años 20 el político barajó la posibilidad de separar su región, Renania, del Reich y unirla a la República francesa. Después de la Segunda Guerra Mundial, Adenauer y De Gaulle, ambos caracterizados por su patriotismo, se encontraron a pesar de sus innegables diferencias, porque desde sus muy opuestos puntos de vista en materia geopolítica tenían un anhelo común: unirse para reducir la influencia de Estados Unidos en Europa occidental.
Al exgeneral no le gustó en absoluto que el precio político por la ayuda militar de EEUUcontra la Alemania hitleriana durante la guerra consistiera en reconocer la hegemonía de Washington en el Viejo Continente y que esta iba pareja a la pérdida de las colonias francesas que, una tras otra, haciendo uso de su derecho de autodeterminación, declararon su independencia de la Grande Nation.
Al exalcalde y primer canciller de la RFA, desde 1949, no le gustó en absoluto que el joven presidente estadounidense, John F. Kennedy, ya no siguiera la línea dura de los halcones militares de ambos estados que estaban dispuestos, incluso, a arriesgarse a una guerra nuclear con la Unión Soviética en su lucha contra el socialismo en Europa. Además, Adenauer se veía obligado a llevar a su Alemania, que no reconocía a la socialista República Democrática Alemana (RDA), desde el estatus de país ocupado al de socio respetado entre iguales en el ámbito internacional.
Poner coto
De Gaulle sentía la necesidad de frenar la pérdida de peso de «la France» frente a la internacionalización de la política en Europa a través la OTAN y la emergente Comunidad Europea. Por eso, pensaba que un pacto bilateral con la RFA podría poner coto a ese multilateralismo bajo tutela estadounidense. Como durante la crisis de Berlín y después De Gaulle había apoyado a Adenauer en su rechazo incondicional a la URSS, el canciller se mostró interesado por el eje francogermano, propuesto por el exgeneral.
Sin embargo, Washington no se quedó de brazos cruzados y logró que los partidos que lideraban ambos dirigentes políticos se dividieran en «atlantistas» y «gaullistas» o «europeístas», paralizando así la Realpolitik de Adenauer y de De Gaulle después de la firma del Tratado. De hecho, el eje francoalemán solo giraba durante la época de François Mitterand y Helmut Kohl, tras la unificación alemana en 1990. El francés quería controlar así, y a través de la unión monetaria, a su socio del otro lado del Rin, que por fin había logrado los objetivos de Adenauer. El alemán necesitaba la amistad francoalemana para aumentar su poder en el ámbito internacional después de haber firmado la paz con los vencedores de 1945.
Juntos pretendían situar a la Unión Europea, bajo el liderazgo de París y Bonn-Berlín, como nuevo actor en un mundo multipolar frente a EEUU y Rusia. Este plan fracasó en 2005 cuando sus sucesores, Jacques Chirac y Gerhard Schröder, no lograron imponer la Constitución de la UE. El ala «atlantista» recuperó el control cuando Angela Merkel y Nicolas Sarkozy tomaron las riendas.