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Iñaki Egaña | Historiador

La gran farsa de la GWOT «Global War on Terrorism»

El título recoge las siglas de un concepto surgido en Washington, el de Global War on Terrorism (guerra mundial contra el terrorismo), a partir de los ataques de septiembre de 2001. Fue una iniciativa germinada con George Bush que, al poco, recibió el espaldarazo de la OTAN y, con matices, de Naciones Unidas a partir de 2006.

El terrorismo es una noción ampliamente debatida que, además, no sugiere consenso. Como es conocido, la Unión Europea considera terroristas a trece organizaciones vascas, a petición del Gobierno español (ya del PP ya del PSOE), mientras el Departamento de Estado norteamericano únicamente da dicho carácter a ETA. Alguna de las organizaciones terroristas vascas no ha sido todavía calificada como tal por el Tribunal Constitucional español, lo que certifica que la UE hace seguidismo no ya de las restrictivas normas jurídicas españolas sino de sus informes policiales.

La credibilidad de estos organismos internacionales está en duda en cualquier entorno dedicado a los derechos humanos, al menos desde que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas promulgó la Resolución 1530 en la que atribuía los atentados fundamen- talistas de Madrid, en 2004, a ETA. A propuesta, precisamente, de España. Y, aunque no se suele recordar, también de Francia. París y Madrid dieron por buena, y junto a ellos los miembros del Consejo, una mentira colosal.

No quiero, sin embargo, incidir en un debate que se repite en cientos de foros. ¿Cuál es la definición de terrorismo? Es evidente que hay demasiados intereses, no sólo semánticos, para llegar a un acuerdo conceptual. Sin embargo, sí deseo lanzar algunas reflexiones a cuenta de la violencia terrorista.

El cese de la «actividad armada» de ETA, así como la asunción por parte de la izquierda abertzale, Sortu en este caso, de una línea que apuesta por la solución del conflicto por «vías democráticas y políticas» es una declaración de intenciones y, como lo han dicho, un cambio estratégico. Unilateral. Ello no significa, sin embargo, que la violencia desaparezca del proceso. Porque para una de las partes es sistémica, origen y desarrollo de su proyecto.

La muerte de dos vascos, militares ellos (al parecer uno jubilado), en escenarios lejanos, Argelia y Afganistán, recuerda que la violencia persigue fines políticos y que, en ambos casos, estos fines políticos están subordinados a la economía. Serían nuestro paradigma de esas dos ideas asentadas por Gramsci: la violencia está intrínsecamente ligada a la política y ésta subordinada a la economía.

No tengo intención de ofrecer una lección de conocimientos marxistas, ni siquiera acercarme a lo que parece evidente. Tengo por objeto traer a reflexión que, con los cambios estratégicos en un sector de las fuerzas soberanistas, es probable que se subestime el papel de la violencia en la correlación de fuerzas, en su utilización política y económica. Me refiero al terrorismo de Estado, al que ahora se le llama, eufemísticamente, GWOT.

La actividad encubierta, el terrorismo de Estado, no tiene notarios. Conocemos algunos lugares que llaman calientes pero como en las películas producidas por Hollywood, sólo la ficción se acerca a una realidad que la supera y que, como es obvio, la desconocemos en su gran mayoría. Hay una violencia encubierta, aunque la disidencia descarte la vía armada.

Sabemos, sin embargo, que ese terrorismo con base teórica en Estados Unidos y exportado ahora desde sus bases dispersadas por territorio americano ha operado en al menos 50 países. Agentes encubiertos han sido agasajados con una medalla especial del GWOT por operaciones terroristas (o antiterroristas, según se mire) realizadas a lo largo del planeta. También en Europa.

No hay actividad aparente en la lucha mundial contra el terrorismo en Euskal Herria, nadie ha recibido recientemente una medalla por ello, a pesar de las 13 organizaciones terroristas vascas, pero sí, por ejemplo, en Hungría, estado de pleno derecho de la OTAN. Ni la Unión Europea, ni el Departamento de Estado norteamericano tienen detectado, por seguir el ejemplo, ningún grupo terrorista en Hungría.

La excusa de la GWOT, a la que insistentemente reclamo sinónimo del terrorismo de Estado es, precisamente, eso. Una excusa. Estados Unidos ha vendido armas en 2011 por valor tres veces superior al año anterior, mientras la UE se ha convertido en el mayor exportador planetario de armas, en el año en que recibía, ¡qué bajo ha caído el Nóbel sueco!, el premio internacional de la paz.

Una venta de armas que no tiene en absoluto que ver con bloqueos políticos, pretendidamente democráticos. Arabia Saudí, país donde la mujer no puede votar, ni siquiera conducir un coche, compró el año pasado a Washington armas por valor de 33.400 millones de dólares. España multiplicó la venta de armas a los países árabes inmediatamente después de las revueltas supuestamente democráticas. Revueltas que, con la distancia, me sugieren fueron dirigidas desde Occidente.

Y es que la consideración es contundente. No por ello debe ser acertada. Pero se me deslizan tantas preguntas que las puertas a la lógica se atrancan. El fundamentalismo, integrismo, el choque de civilizaciones, la radicalización religiosa... son un producto surgido en los laboratorios de la Unión Europea, Washington, y por lo que le toca en Asia, de Japón.

Es decir, que el amigo y el enemigo forman parte de una única estrategia. La que engrasa la maquinaria de la guerra para defender el status quo de una clase dirigente a la que conceptos como democracia, participación, pacifismo, justicia... se las trae al pairo. Sé que, en medio, miles, millones de personas defenderán cuestiones más o menos ideológicas en cada uno de los bandos. Incluso en el de los poderosos. Pero eso es lo secundario.

La participación de Francia a través de su Armada y sus agentes encubiertos en Siria y Malí es uno de los paradigmas del argumento lanzado. Los salafistas, los integristas, al asalto del poder en Damasco. Apoyados sólidamente por París. En la misma medida, los fundamentalistas aspiran a derrocar al Gobierno de Bamako, en Malí, surgido por cierto de un golpe de Estado y apoyado ahora por las tropas de Hollande.

Un periodistas francés sugería recientemente la paradoja de que agentes encubiertos de Francia se juntarían en París, en la retaguardia. Los unos salafistas, procedentes de Siria. Los otros combatientes contra el salafismo, procedentes de Malí. Todos ellos pagados por el Ministerio de Defensa francés, gobierno de gobiernos.

Citaba a Gramsci y su insistencia en denunciar la subordinación de la política a la economía. En 1988 Dulcie September, representante del ANC en Europa, fue asesinada en París. Había estado con nosotros en los actos del aniversario del bombardeo de Gernika. En Francia, Mitterrand era presidente y Pasqua ministro del Interior. Francia se saltaba el boicot al Apartheid de Sudáfrica, decretado por Naciones Unidas. Armas, uranio... Dulcie preparaba la denuncia... y fue abatida. Desconozco si hubo, como ahora, medallas. Pero no hace falta ser un lince para conocer quién estuvo detrás de su muerte.

La violencia, el terrorismo de Estado, está en su punto álgido. La hipocresía de la clase dirigente, asimismo, alcanza cotas difíciles de superar. Abiertamente han reconocido el retroceso en las libertades, el recorte de los derechos humanos y, como si fuera un balance empresarial, anuncian que cuando la situación mundial mejore, se podrá volver a tiempos de libertades. ¿Qué burla es esa?

Hay una gran farsa, bajo el paraguas de la democracia, que se lleva por delante miles de personas diariamente. No sólo por el expolio de la riqueza, la privatización de las fuentes naturales o la socialización de las pérdidas, sino también por la apelación ilimitada a la violencia. Un recurso cotidiano que no tiene fronteras. Un recurso promovido para que una clase, extremadamente minoritaria, goce de unos privilegios galácticos. El drama, al margen de los mayores damnificados, llega con esa otra clase intermedia, los transmisores, los lacayos. Los que hacen posible la continuidad de la violencia bajo paraguas democráticos.

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