Iker Casanova Alonso | Escritor
El universo jobuvi
Antes y después de las elecciones autonómicas, desde cualificadas instancias del Estado se veía con la máxima preocupación la posibilidad de que PNV y EH Bildu establecieran una alianza que articulara la amplia mayoría abertzale de la cámara vasca en una dinámica de construcción nacional. Para evitarlo consideraban crucial establecer un pacto entre el PNV y el PSOE que atara en corto a los jelkides. Parece que de momento ese pacto no va hacer falta. Urkullu, Ortuzar y Egibar ya se han puesto ellos solos la correa alrededor del cuello. Mientras Catalunya da sus primeros pasos en un incierto pero esperanzador proceso hacia la independencia, el PNV mira conscientemente hacia otro lado y prefiere pactar con el partido de Bárcenas y los 6 millones de parados una relación preferencial y presupuestos con un recorte del 10%. Si incorporan al pacto al partido de Rosa Díez también tienen presupuestos en la CAV. Alborozo en Sabin Etxea. En Madrid respiran aliviados. Si la cosa no funciona en los próximos meses, recuperarán la opción PSOE.
Gipuzkoa, a pesar de que cualquier número de parados es inaceptable, tiene la menor tasa de desempleo del Estado, con un ligero descenso del paro en el último trimestre. La gestión institucional da frutos como un moderado incremento de los ingresos y el control de la deuda, lo que permite mantener e incluso ampliar las prestaciones sociales. El gobierno foral ha logrado un acuerdo presupuestario transparente y realizado en tiempo y forma. La ecología y la defensa del idioma y la cultura vasca son señas de identidad de la diputación. Frente a esta política el PNV realiza una oposición frontal y sin escrúpulos. Araba está en situación crítica, se ha convertido ya en el herrialde con la mayor tasa de paro y el desplome de la recaudación ha abocado a una brutal política de recortes. El Ayuntamiento de Gasteiz y la diputación navegan sin rumbo en manos de gobiernos incompetentes. Esta gestión sí la va a avalar el PNV dando oxígeno a un PP en decadencia que en las últimas autonómicas ocupó la cuarta posición en el herrialde. Lo ha hecho porque para aprobar los presupuestos en Bizkaia (en una situación financiera crítica) y en la Comunidad, también basados en los recortes, necesita un socio ideológicamente afín y tan débil que no esté en situación de ponerles condiciones.
Urkullu no sólo ha copiado de Rajoy la ocurrencia de contar a los no asistentes a las manifestaciones para decir que son más que los que acudieron, sino también la de aplicar una política estrictamente opuesta a lo que argumentó para ganar las elecciones.
Cualquier pacto que suponga legitimar y fortalecer a la ultraderecha española, que estaba aislada y en trance de convertirse en irrelevante en la política vasca, debería resultar inaceptable para un abertzale. El PNV presume de pactar con todos (¿se puede presumir de eso?) aunque hasta ahora todos los acuerdos importantes (Kutxabank, presupuestos...) los ha hecho con el PP. El sanedrín del PNV trata de vender como capacidad para el diálogo lo que no es sino oportunismo acomodaticio, una aplicación estricta de la moral de Groucho Marx: «estos son mis principios, si no le gustan tengo otros».
Cualquier humillación, cualquier ataque, cualquier agresión del gobierno central contra este pueblo, su cultura, idioma e identidad y su derecho a gobernarse a sí mismo parece ser aceptable para la dirección del PNV. Si hay alguna protesta es tan «discreta» que nadie se entera. La sumisión va más allá de lo obligatorio. Anteayer invitaban al príncipe a una inauguración, ayer rendían pleitesía al regimiento mata-obreros de Garellano y hoy apuntalan el nefasto gobierno del PP en Araba. Eso sí, todos sabemos que Urkullu prepara para 2015 un proyecto de nuevo estatuto. Quizás será porque en 2016 hay nuevas elecciones y quiere llegar con un nuevo bluff como banderín de enganche.
Puede que tenga algo de razón Ortuzar cuando afirma que el PNV no es un partido de derechas. Su dirección lo es y también su política pero no se considera así su base social. El primer concepto que usan los votantes del PNV para definirse a sí mismos es nacionalistas/abertzales, en un 61%. Sus votantes se autoubican en un 4,7 en una escala en la que el 0 es la izquierda y el 10 la derecha (Sociómetro Vasco nº 49 y nº 50). Por tanto la base social del partido se considera nacionalista de centro con un ligero matiz progresista. En una encuesta del pasado año se revelaba que sólo un 8'3% de los votantes jelkides querían al PP como socio de gobierno, mientras un 29% optaban por el PSOE y un 39% por EH Bildu (Sigma-2 en El Mundo 26-8-12). Estas encuestas se corresponden a grandes rasgos con la lógica y la percepción social de lo que es la base del PNV.
¿Por qué entonces la dirección pacta con el partido que menos gusta a sus votantes y hace una política de derechas dando la espalda a la reivindicación nacional? Porque la única premisa innegociable para la dirección del PNV es que ELLOS han de ostentar el poder político y económico. Todo lo demás es relativo y subordinado a ese fin. La actual dirección del PNV no tiene otra obsesión que mantener el poder institucional y con él la política a favor de la clase empresarial que dirige el partido. Y también las recompensas para la casta que se encarga de la gestión: buenos sueldos en la política y en empresas públicas, además de otras prebendas menos confesables, y para los elegidos el premio gordo: consejo de administración de gran empresa tras dejar el cargo. En este camino sólo creen tener un enemigo real, la izquierda soberanista, a la que observan no como un potencial aliado en el camino a la recuperación de los derechos de Euskal Herria sino como un peligro para su modus vivendi.
El paradigma de este modelo de concebir la política son los llamados «jobuvis», los jóvenes burukides vizcainos, que se hicieron con el control del partido la década pasada. Una casta de profesionales de la política que no han conocido en su vida otra cosa que una poltrona y que no están dispuestos a arriesgar sus privilegios por embarcarse en ninguna aventura soberanista. Su trauma generacional fue el período de Ibarretxe y el acuerdo de Lizarra-Garazi. Si alguien duda de la existencia de esta casta endogámica que analice el currículo de la presidenta in pectore del BBB, hija de un expresidente de la misma junta y esposa del portavoz del partido en el Congreso, curtida en una productora que trabajaba preferentemente para ETB. Ortúzar decía hace unos días en Radio Euskadi que en las últimas elecciones EH Bildu había tratado de «suplantar» al PNV, es decir: «Ocupar con malas artes el lugar de alguien, defraudándole el derecho, empleo o favor que disfrutaba». Tratar de obtener más votos que el PNV es tratar de quebrantar el orden natural de las cosas. Una inaceptable violación de las leyes que rigen el universo jobuvi.
He defendido anteriormente, y sigo defendiendo, la necesidad de un acuerdo entre EH Bildu y el PNV para la construcción nacional y la defensa de la soberanía vasca. Evidentemente hoy en día ese acuerdo no es posible por la negativa expresa de la dirección del PNV. Pero hay que insistir. Frente a la tentación de declarar una guerra sin cuartel entre fuerzas que se dicen abertzales el camino es el contrario. Hay que proponerles acuerdos una y otra vez para que no puedan atribuir su actitud españolista a la falta de voluntad de la izquierda soberanista En ese sentido considero que los llamamientos realizados esta semana por Laura Mintegi y Martin Garitano, proponiendo un «pacto nacional» en defensa de las competencias vascas y dar «una respuesta como pueblo» a las agresiones de Madrid son la actitud más inteligente. Lo que no es óbice para que las políticas económicas del PNV sean objeto de la durísima oposición que se merecen.
No hay más que hacer un recorrido por algunos foros jeltzales, o preguntar en la calle, para constatar el enorme malestar que estos acuerdos con el PP han generado en amplios sectores de simpatizantes del PNV. Tendamos puentes con la base abertzale, creemos organismos y dinámicas, realicemos constantes emplazamientos a la dirección. Cuando vean que hay una sólida dinámica a favor del derecho de autodeterminación y que puede crearles más costes quedarse al margen que participar se incorporarán, como ha pasado en Catalunya. La izquierda soberanista y el PNV defienden modelos sociales distintos, que van a confrontar en este marco y en cualquier otro. Pero en esta cuestión no se trata de qué partido tiene más votos sino de cómo conseguir que un día se convoque un referéndum de autodeterminación y que ese día la opción que tenga más votos sea la favorable a la independencia.