EL PAIS | M. A. Bastenier, 2013/1/23
Derecha de la derecha
(...) la idea de dos Estados, uno palestino y el otro israelí codo con codo, está muerta y enterrada. Y la única razón de que se siga mencionando, como un tótem, esa hipotética convivencia es que la alternativa, un solo Estado para las dos nacionalidades, resulta aun más intratable: un Estado democrático en el que no se distinguiera a los ciudadanos por su origen, como defiende al menos nominalmente la izquierda palestina, es inaceptable para la práctica totalidad de judíos israelíes porque pasarían a ser una minoría en el Estado; y un ordenamiento político en el que los palestinos fueran nacionales de segunda clase, o aún peor en el que se transfiriera a gran parte de ellos a los Estados árabes limítrofes, no tendría nada de democrático.
Nunca se ha hallado el conflicto más lejos de una solución equitativa. En los últimos 20 o más años se ha producido en Israel una involución en la que la derecha se ha mostrado incesantemente capaz de desdoblarse en una derecha cada vez más extrema; y en el mundo palestino Hamás se encuentra parecidamente imposibilitado de detener de manera absoluta el lanzamiento de cohetes (...).
La derechización de la sociedad israelí tiene un nombre: el crecimiento de la influencia de los colonos en todas las instancias de poder en el país. (...)
El contexto internacional es asimismo contraindicado para alivio alguno. La primavera árabe es un proceso, no un acontecimiento, por lo que solo cabrá hacer balance dentro de unos años, y aunque su propósito democratizante se cumpla en alguna medida, hoy refuerza las posiciones de la derecha sionista. La guerra civil en Siria, la Constitución islamista en Egipto, el marasmo libio, la agitación yihadista en Túnez, y hasta la masacre de la planta de gas en Argelia, con la cercana guerra de Malí, bajo el doble protagonismo de Al Qaeda, constituyen un gigantesco spot publicitario en favor de la negativa israelí a paralizar la colonización y negociar sin ventajas con la Autoridad Palestina (...). La batalla diplomática, que registró un gran tanto para el pueblo refugiado con la admisión de Palestina como Estado observador en la ONU, pronto se ha encenagado de sinsabores.