(...) lo que importa más que nuestra opinión sobre Armstrong es el manera en que él y sus acciones son vistas por millones de otros atletas -jóvenes y viejos, aficionados y profesionales- que podrían verse tentados a seguir sus pasos. Los investigadores se han centrado en la captura de grandes peces para desalentar a los que quieran imitarlos. Armstrong, debido a sus acuerdos de patrocinio masivos, sus logros aparentemente imposibles y su enorme fama como el hombre que casi sin ayuda puso el ciclismo en la pantalla de radar de los deportes norteamericanos, puede ser el pez más grande jamás capturado. ¿Será suficiente para poner fin a esta era de abuso químico?

(...) muchos creen que el dopaje no debería importar, incluso para los atletas que como Armstrong compiten en deportes sin contacto. (...) ¿por qué debería preocuparse nadie? En primer lugar, porque el dopaje crea un campo de juego desigual en el que los tramposos tienen una clara ventaja. Permitirlo alentaría a todos los demás a hacerlo también. En segundo lugar, porque el deporte se supone que prueba los límites de la resistencia humana, la agilidad y la habilidad, no el talento de un farmacéutico o de un entrenador. En tercer lugar, y más importante, para que los jóvenes no caigan en la trampa de pensar que necesitan sustancias dopantes para tener éxito, convirtiendo a los niños en consumidores de productos químicos, con todos los riesgos que ello conlleva.

La aparición de Armstrong ante la gran sacerdotisa de la televisión, Oprah Winfrey, por desgracia, probablemente no hará mucho para reducir el dopaje, aunque sí pueda ayudar a restaurar su reputación. Y si la caída del poderoso Armstrong no asegura que pondrá a los atletas fuera de juego del dopaje, ¿qué lo hará? Más observancia y la mejora de los métodos de detección son la respuesta más mundana, pero aparentemente la única.