23º Mundial masculino (Final)
Rozando la perfección
España se presentó el día D a la hora H al 200% de sus posibilidades, y se encontró con un rival decepcionante que tiró la toalla.
ESPAÑA 35
DINAMARCA 19
Juan Carlos ELORZA
Bien está lo que bien acaba. A Valero Rivera se le escapaba la risa floja ante la exhibición de sus jugadores en la segunda parte, y al final, al resumir con la palabra «maravilla» lo que había sucedido en la pista. La final fue la menos disputada de la historia del Mundial, desde su inicio en 1938, y en ese sentido decepcionante. Pero la afirmación no pretende desmerecer de ninguna forma los méritos de la selección española, que hizo el mejor partido que se le recuerda, con una primera parte casi perfecta, y una segunda en que hizo lo que correspondía en este tipo de citas: machacar para evitar cualquier tipo de posibilidad de que el rival reaccionase y se metiera de nuevo en el partido.
De cualquier forma, el gran partido de España no explica por sí solo el éxito, y desde luego mucho menos la vergonzosa goleada encajada por Dinamarca, actual campeona europea, que llegaba con vitola de favorita a la final y se deshizo como un azucarillo cuando el partido se le puso cuesta arriba, incapaz de asumir que su rival iba a pelear cada segundo, y mostrando una moral muy frágil y nula capacidad de reacción organizada.
Los cinco primeros minutos fueron tremendamente significativos. Valero Rivera ponía en cancha una primera línea atípica, con Cañellas y García. La inclusión del central parecía tratar de evitar el doble cambio ataque-defensa que durante todo el campeonato había realizado (Cañellas y Virán por Sarmiento y Aginagalde generalmente), y con García quizá intentaba aprovechar la fogosidad del lateral en los primeros minutos, y reservar a Entrerríos, el más veterano, que podía ser un jugador clave en un partido que se presumía peleado y cuya experiencia podría necesitar al final.
Todo esto es una suposición, claro. Lo que probablemente no esperaba nadie es que García entrara en ebullición inmediatamente con el primer gol; que Cañellas hiciera el segundo en una acción característica, marcar en contacto con el defensor explotando su fortaleza física -una cualidad que ayer explotó una y otra vez-, y acabara convirtiéndose en el jugador clave del partido; que Sterbik pararía el primer balón -además a Hansen-; y que Guardiola culminaría un contraataque. 3-0 en 4 minutos y Ulrik Milbek que pedía tiempo. Pero el primer objetivo de la selección española estaba conseguido: soltarse los nervios que aparecen cuando las cosas no salen, y encender los ánimos del Palau Sant Jordi.
Dinamarca volvió algo más centrada, pero la defensa española -crecida-, y sobre todo su ataque -desatado y más fluído que nunca-, ponían el partido de cara para España. Sin balones recuperados -porque casi todos eran gol- Dinamarca nunca pudo correr, ni en primera ni en segunda oleada, y en ataque posicional no encontró el punto, intimidada por la presencia de Sterbik en la portería. De otra forma no se explica que hasta cinco jugadores diferentes remataran fuera de los tres palos en la primera parte, mientras la barrera blocaba dos tiros a Markussen y otro a Sondergaard.
Del 9-8 se pasó al 13-8, del 13-9 al 16-9, y del 16-10 al 18-10. Dinamarca, confundida y desordenada, simplemente se rindió. Los errores se pueden entender, pero cuando bajó los brazos tiró la final. En la reanudación, al cuarto de hora ya perdía por ¡¡¡17!!! goles de diferencia, que en el minuto 23 serían 18 (33-15 y luego 34-16). El público y los jugadores españoles disfrutaban sin un ápice de sufrimiento. Para ellos era... mejor imposible.
En la prehistoria del balonmano, en 1958, en la tercera edición del Mundial, disputada en la entonces RDA, Suecia se imponía en la final a Checoslovaquia por diez goles de diferencia (22-12). De los protagonistas no se acuerda ni el más viejo del lugar. En el libro de récords era la referencia hasta ayer. En la época «moderna» la ventaja más abultada en una final fue la de Rusia sobre Francia en Suecia 1993 (28-19), aquí sí suenan nombres como los de Lavrov, Duishebaev, Atavin, Kisselev... Pero lo que se espera de una final es que sea competida y acabe con márgenes estrechos: cuatro finales mundialistas se han resuelto por un gol, otras cuatro por dos, seis por tres, dos por cuatro, una por cinco y otra por seis (el España-Croacia de Túnez 2005)... Dinamarca aspiraba ayer a inscribir su nombre en el palmarés con letras de oro, pero encontró un hueco humillante del que no podrán enorgullecerse, un récord que perdurará. J.C.E.