Los últimos datos publicados sobre la aparente «contabilidad B» del PP, de confirmarse lo que revelan, tienen derivadas en Euskal Herria en un doble sentido. Por una parte, reflejan que recibieron dinero también cargos vascos, como el entonces diputado por UPN, Jaime Ignacio del Burgo, e incluso sucursales «pacifistas» como Basta Ya. Por otra, aparecen nombres de empresarios, alguno que llegó a ser presidente del Athletic Club de Bilbao, que pagaron al PP cantidades que, como mínimo, vulneraban la ley. Algo se sabe de quiénes pagaban, poco todavía de qué compraban. En otras palabras, una historia de corruptos y corruptores.

No parece verosímil que los sobresueldos y los sobres de dinero repartidos hayan sido un premio desinteresado por la abnegación y la dedicación al partido. Cuando hay humo, hay fuego, y donde hay corruptos, hay corruptores, con sus vasos comunicantes y sus puertas giratorias entre el mundo de la política y el mundo de los negocios. Y en Euskal Herria, conviene remarcarlo, la existencia de un problema político y su confrontación armada ha significado un gran negocio para empresas interesadas en perpetuar la agenda securócrata. Aquella situación era un filón para ellas y pagar una contribución les permitía comprar voluntades para asegurarse el nicho del negocio. Son los mismos que siempre han visto la paz como una amenaza y siguen siendo quienes hoy más amenazan la paz.

PSOE y PP son elementos básicos que han sostenido un modelo y estabilizan un sistema esencialmente corrupto. Pero el diablo no solo habita en esa clase política. Más allá de la justificada irritación, de manifestaciones más o menos espontáneas o numerosas, existe el peligro de asumir la corrupción como una rutina, haciendo populismo con la idea de que todos los partidos son tan corruptos como el PP. Y siguiendo el argumento, si hay que erradicar la corrupción, hay que acabar con todos los partidos. En ese caldo de cultivo, desde esas bases ideológicas, emerge el fascismo.