Soldados y guerrilleros muertos en enfrentamientos, secuestros -o, para las FARC, captura de prisioneros de guerra-, ataque a oleoductos... las noticias que llegan desde Colombia indican un endurecimiento de las posiciones de la guerrila y el Gobierno que, a pesar de ello, mantienen el diálogo que ayer inició un nuevo ciclo en La Habana. Finalizada la tregua unilateral de dos meses que las FARC declaró para acompañar el inicio del proceso y con el Gobierno enrocado en una posición de principio que rechaza la bilateralidad del cese de hostilidades y solo la contempla en un escenario de acuerdo final, han contribuido a la vuelta de la «normalidad» de la guerra. El Gobierno ordena la persecución de sus interlocutores, eso genera confrontación y consecuencias trágicas. Y visto desde esta distancia, es un indicativo de que el proceso no marcha a paso acelerado por el buen camino, o en palabras del portavoz de las FARC, «a ritmo de mambo».

Con todo, es lógico y de sentido común pensar que si a quién entra en el cuadrilátero de la negociación no le interesa otra cosa que noquear al adversario, parece poco cabal pedirle a este que se quite los guantes.