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Dabid LAZKANOITURBURU Periodista

Un estafador necesita de un incauto y de un cómplice

La filtración de las «cuentas secretas de Bárcenas» y las informaciones sobre el cerco judicial que se estrecha en torno a la Casa Real española han generado tal ola general de asombro, teñido de indignación y «sobrecogimiento», que a uno ya le escama.

Lejos de mi ánimo intentar relativizar ambos asuntos, suficientemente graves como para tumbar a un gobierno y desterrar definitivamente el anacronismo que supone la permanencia de una monarquía, para más inri heredera del franquismo, en pleno siglo XXI.

Lo que no cuela es el agarrarse de los pelos de todo ese coro de plañideros que parece acaban de descubrir lo que unos pocos, muchos desde Euskal Herria, llevan repitiendo en los últimos 30 años. Que los cimientos de la llamada transición española estaban podridos. Que la corrupción bipartita no es sino la otra cara de una alianza de los políticos con los cortoplacistas intereses de una élite económica que no pasa la más mínima prueba de la decencia empresarial.

Uno puede entender que los beneficiarios de este sistema hayan construido todo un discurso («nosotros, los demócratas...») autolegitimador. Incluso los desmentidos e intentos de ganar tiempo a los que asistimos estos días son explicables -que no justificables- habida cuenta de que se están jugando su supervivencia política.

Lo que no es de recibo es que todos esos que les han reido las gracias durante estos tres decenios se pongan ahora a hacer pucheros.

Tan cierto como que todo corruptor necesita un corruptible es que todo estafador precisa por lo menos de un incauto (o muchos) y de un cómplice (demasiados).