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Fede de los Ríos

Leer entre líneas

«Tenéis la desfachatez de acusarnos de corrupción por cuatro putos euros de mierda, a nosotros, que ganamos la guerra»

Ayer, Día de la Marmota, dos esperadas comparecencias tuvieron lugar en lugares diferentes: Una, la marmota Phil saliendo de su guarida que augura un corto invierno por una pronta llegada de la Primavera, la estación de los amores que la sangre altera; otra, la de la marmota Mariano que, saliendo de su cubil, nos vaticina un largo y crudo infierno que envenenará aún más, si cabe, la ya pútrida sangre que corre por nuestras venas y nos golpea las sienes. ¿Financiación irregular, dinero negro en sobresueldos, regalos Vuitton, viajes y hoteles de lujo? ¡Por favor! Ellos, que lo único que han hecho es perder dinero desde que están en Política. La acusación de corrupción se reduce a un conjunto de patrañas, un contubernio orquestado por los enemigos de España. Una rápida auditoría interna, es decir, una auditoría realizada por ellos mismos sobre ellos mismos ha demostrado a ellos mismos, de manera rotunda, sin dejar lugar a dudas, la falsedad de las acusaciones de otros que no sean ellos. La marmota de mentón prominente, tras desperezarse de su prolongado letargo, lo ha dejado meridianamente claro. Eso dicen los del telediario.

El que suscribe, no sé si por ser descendiente de los que perdieron la guerra, por haber coqueteado en su juventud con extranjeras doctrinas marxistoides o, simple y llanamente, porque la vejez, en vez de lucidez, produce esclerosis en la sustancia gris retardando la sinopsis neuronal, lo que dificulta la comprensión y relación de lo escuchado. El caso es que, abrumado como estaba después de asistir a la comparecencia por televisión de la marmota gallega, volví a releer los papeles de Correa, Galeote y Bárcenas (los del llamado «caso Gürtel») que, al parecer de este su humilde servidor, avalan los recientes «papeles de Bárcenas», acabé por no comprender nada y dudando del buen estado de mi función racional o de entendimiento, la que nos es propia como especie, llamé a mi amigo Luis, hombre docto acerca de la posibilidad de conocimiento y de los límites humanos para la aprehensión de la realidad. Lo que llaman teorías de la Verdad.

- Oye Luis, ando dándole vueltas a la multitud de pruebas de corrupción generalizada que han sido desveladas por diferentes fuentes de inimaginable alianza, al silencio extrañamente prolongado por el jefe de los acusados y cuando el aletargado Mariano abre la boca, es para decir que la realidad de las pruebas empíricas son ficción, meras quimeras de unos miserables, vanos sueños de desafectos y, en plan más que calderoniano, que los sueños, sueños son. No lo entiendo.

- Mira Federico, es muy sencillo. Si lees entre líneas la comparecencia, gracias a la hermenéutica, podrás apreciar, de manera clara y distinta su esencia, que dice así:

- «Encima que nos tomamos el trabajo de dirigir vuestras aburridas y miserables vidas, perdiendo tiempo y dinero, tenéis la desfachatez de acusarnos de corrupción por cuatro putos euros de mierda, a nosotros, que ganamos la guerra. Me vais a comer la polla muertos de hambre».

- No jodas, Luis.

- Como te lo cuento, Federico.

- La hostia, tú.

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