Modos
Carlos GIL Analista cultural
Las puntillas, los broches de azabache, las tinajas festoneadas o las vasijas para la gastronomía de cuchara son expresiones culturales de primer orden. Al igual que las puñetas, los apeos de labranza o las balconadas flotantes. Cuando hacemos un trabajo de inmersión cultural, debemos llegar hasta las cavernas, pero si nos colocamos en un campo operativo más instrumental, iremos dejando los asuntos ancestrales, la antropología cultural de manual, para intentar aprehender lo que es recibido por la sociedad actual como asunto cultural. Van dos modos entre mil.
Los creacionistas culturales parten de una premisa falsa: la invención constante como único objetivo. El abstraerse de cualquier reminiscencia histórica para poder instalarse en una contemporaneidad que le da rango simplemente por suceder ahora, ya que se utilizan conceptos transitados en otras épocas o periodos de agitación social y política o por la transvanguardia. Es una abolición de un proceso, para que quepa todo sin necesidad de justificación. Lo que puede llevar a la banalización.
Frente a ellos están los que apuestan por la cultura extractiva, es decir, que parten de lo acumulado históricamente, de las grandes bolsas de contenidos que se hallan en bibliotecas, pinacotecas o asimilados por el imaginario colectivo y refrendado por los procesos históricos que marcaron tendencias. Van a estas betas, a esas minas, a esos pozos y de ahí sacan el material con el que fundamentar sus discursos culturales o artísticos. Se dedican a revivir, a intentar hacerlo como se supone que se hacía en otras épocas, lo que crea grandes dificultades de comunicación con los públicos menos educados en esa tradición.