Siguiendo las recomendaciones de la Comisión Electoral, el Gobierno escocés reformuló la pregunta del referéndum de independencia, pasando del «¿Está usted de acuerdo con que Escocia debería ser un país independiente?» al «¿Debería Escocia ser un país independiente? Sí o no». Se consideró que era más neutral y práctica. Acordada la nueva pregunta, la Comisión dijo que los votantes seguían demandando respuestas, información por adelantado sobre qué pasará, cuál sería la transición en caso de que el «sí» ganara. Y demandó claridad a los gobiernos escocés y británico.

La viceprimera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, adelantó ayer que la declaración de independencia sería en marzo de 2016. Y detalló la hoja de ruta para la devolución de todos los poderes. Londres no parece entusiasmado en dar claridad a los términos de la transición, del divorcio «amistoso». Su campaña unionista es unidireccional, llena de alarmas y de amenazas sobre las consecuencias de la independencia. No será fácil y vendrá de la mano de decisiones muy difíciles. Parafraseando a Karl Marx, los escoceses decidirán su propio futuro, pero no bajo circunstancias exclusivas de su propia elección.