manuel vicent | escritor y periodista
«Adolfo Suárez no era un estudioso, era alguien con olfato político»
Manuel Vicent (Castelló, 1936) ha publicado más de una docena de novelas, siendo «Tranvía a la Malvarrosa» (1994) la primera en ser publicada. Es, además, columnista en el diario «El País», en cuyo dominical publicó una serie de 47 retratos sobre personajes claves de la transición en 1979.
Alvaro HILARIO | BILBO
Manuel Vicent -escritor, periodista y galerista de arte- debe su fama y prestigio tanto a sus novelas como a sus crónicas parlamentarias y columnas, desde las cuales ha tomado el pulso a la actividad política del Estado español. En diciembre salió de la imprenta su última novela, «El azar de la mujer rubia» (Alfaguara). En esta hace un relato -entre la ficción y la realidad- de los entresijos de la denominada transición a través de los recuerdos de Adolfo Suárez ya amnésico debido alzheimer. Relato donde no faltan ni nuevas perspectivas ni contundentes críticas contra José María Aznar, Mariano Rajoy y Felipe González.
¿De dónde surge la idea de una narración con Adolfo Suárez de protagonista?
Vi una foto del rey, con el brazo en la espalda de Adolfo Suárez -cuando este ya no recordaba ni su nombre ni sabía quién le acompañaba- llevando a este hacia un bosque (el jardín de la casa de Suárez) y vi que allí estaban todos los elementos literarios para armar una ficción de la transición española, de la salida de la dictadura a través de la memoria perdida de uno de los protagonistas principales : un héroe, -se supone que de la democracia- aventurero en el sentido de dejarse llevar por el viento; un rey, en una especie de decadencia física. Ese bosque tiene también esa connotación mitológica del bosque que todos los héroes buscan para rescatar la princesa y demás. Esa mujer rubia que flota en la narración le añade profundidad a la historia. Ese paseo de cinco minutos se convierte en una especie de circuito mental por la historia de un país, de una política desde el inicio de la guerra civil hasta nuestros días.
En su libro, todos los personajes hablan en primera persona.
Es un recurso narrativo. Hay un narrador ominisciente que entra y sale de la memoria de los personajes. En el libro hay fragmentos de monólogos -monólogos interiores-, pero no todo el relato es un monólogo interior. El narrador se toma todas las ventajas, como hacer decir y pensar a los personajes lo que quiere.
En este caso, es un recurso arriegado que, supongo, también necesita de hechos reales.
La palabra clave, en literatura, es la verosimilitud. Un relato fracasa si no es verosímil. Esto se da si te excedes en la fantasía. La imaginación tiene que estar sometida a la realidad; puede transformarla, pero sin negarla; si se desliga mucho de la realidad se convierte en una fantasía moruna que no tiene ningún desarrollo literario. Ahora, es una ficción pero entre la realidad y la imaginación todo es válido, siempre que el lector lo acepte.
Presenta a Carmen Díez de Rivera como un personaje clave en la transición y el nombramiento de Suárez como presidente de gobierno. Más allá de la ficción, imagino que habrá algo más.
Datos verdaderos son que era amiga íntima del rey y de Suárez, y que la historia no necesita grandes gestos ni grandes desembarcos de Normandía. La historia, normalmente, se produce a un nivel de efecto mariposa que puede provocar que un príncipe haga jefe de Gobierno a un político de provincias que conoció comiendo cochinillo, momento donde supo que era un político valiente: cuando se derrumba el restaurante en Los Ángeles de San Rafael, Suárez en persona estuvo sacando heridos bajo los escombros. Son imágenes indelebles a la hora de que la historia funcione a unos níveles cotidianos, de puro azar. Si, además, hay una mujer guapa, maravillosa, herida de una historia amorosa y familiar, la historia puede funcionar. Cuando se describe oficialmente la transición las crónicas no pasan por aquí, pero yo estoy convencido de que Suárez fue nombrado presidente por esa mujer, y el narrador también lo piensa.
¿Tanto poder tiene el sexo en el mundo de la política y las finanzas españolas?
No era sexo. En la ficción no hay sexo; es la amistad, la confianza, el entenderse, fiarse de un amigo en mitad de aquel barullo de pasiones, de ambiciones, de miedos mutuos, de una dictadura, de una amenaza de levantamiento militar, de políticos salidos de la clandestinidad con síndrome de Estocolmo; con un rey desasistido por la ciudadanía y se agarrara a una amistad y a una confianza privada, a unas recomendaciones de gente amiga y solidaria. La historia funciona así.
¿Se hubiese podido publicar este libro hace, digamos, diez años?
No. La enfermedad de Suárez (alzheimer) es un elemento literario: la memoria de un héroe. Un héroe que tiene todas las connotaciones de estos. Uno, no sabe a dónde va, la aventura es estar a merced del viento; cuando se izan las velas de la supuesta democracia nadie sabía dónde iba ir a parar aquello. Dos, al héroe la historia le somete a una prueba de valor que Suárez tuvo el 23-F: no solamente no se tiró al suelo, sino que se jugo el pellejo por salvar a un amigo, el general Gutierrez Mellado, un gesto muy heroico. Tres, es un héroe traicionado o abandonado por sus correligionarios. Y, cuatro, pierde la memoria. Otra cosa es que su política fuese buena o mala, pero ese no es objeto de esta ficción. Utilizó la fábula de Robert Graves -luego recogida por Borges- en la que Alejandro Magno, sin memoria, vaga por el desierto, lucha como mercenario y le pagan con una moneda con su rostro que él mismo acuño. (Aplica la fábula al Adolfo Suárez amnésico en el libro).
Suárez era, más que un político, un pícaro tipo al Lazarillo, un «tahúr del Misisipi», como le definiera Alfonso Guerra.
Sí, pero, a la hora de la verdad, el que se tiró al suelo fue Guerra. Suárez era ambicioso, algo favorable en política; no había leído un libro, no era un estudioso: era alguien con olfato político para saber por dónde iba a pasar en el futuro la carretera y compra la parcela en el lugar exacto. Suárez en la distancia corta (a otro nivel no tenía discurso, no sabía hablar en público) era demoledor, te hacía creer que eras, en ese momento, lo más importante para él; era maniobrero, un encantador de serpientes; no olvidaba una onomástica o un funeral y en aquel barullo de arribistas supo apostar por un caballo ganador, el rey. Sabía que ese muchacho llegaría a ser rey y él estaría a su lado.
De todos los personajes publicos que desfilan por el libro, solo Suárez sale bien parado. No tiene usted, por ejemplo, piedad con Aznar.
Se ve que al narrador no le cae bien (risas). A Suárez también le dice cosas fuertes al principio del libro: que es un cateto, un provinciano. De todos modos, es el protagonista y hay que quedar bien.
Dice usted que Suárez recibió 300 millones de Mario Conde por su partido (el Centro democrático y Social, CDS) y Tierno Galván 250 por el Partido Socialista Popular (PSP).
Fue así. No hay un documento detrás, pero fue así. Mario Conde le dio 300 millones a Adolfo Suárez, es así. Después, el mpropio Mario Conde se presentó a las elecciones por ese partido. Tierno Galván, que estaba endeudado, entregó su partido al PSOE y estos le nombraron alcalde. Tierno Galván se vengó siendo el alcalde más popular de la historia de Madrid.
En el libro también se trata muy duramente a personajes como Zapatero y Rajoy. ¿Nostalgia por los políticos, como Santiago Carrillo, de los años 70 y 80?
Yo creo que Carrillo hizo mucho para que la gente no se matara. La izquierda, en aquel momento, quería ante todo que la gente no volviera a matarse; todo menos eso y se produjo un equilibrio entre dos miedos: la derecha se creía que todos eran rojos, que los comunistas estaban en todas partes y la izquierda creía que los militares estaban a punto de levantarse e iban a arrasarlo todo otra vez. Ahí hubo una corriente media consistente en dar lo mejor, lo más positivo -independientemente de la procedencia ideológica- para sacar la carreta del charco. Aunque hubo cosas que se hicieron mal, precipitadamente y fruto del miedo, la cosa funcionó. La Constitución no está ni bien escrita ni tiene aliento histórico; es como una maquinaria agrícola que no tiene diseño, pero que funciona. La Constitución -por lo mal hecha que estaba- ha servido durante treinta años, aunque, hoy en día, habría que reformarla.
Leo del libro: «De las infinitas grúas se balanceaban los huevos de oro de los especuladores, de cada pluma de la construcción colgaba el famoso saco de la codicia hasta que un día, de la noche a la mañana, todas las grúas de España se convirtieron en cruces del Gólgota donde fueron crucificados losinocentes, pero ninguno de los ladrones».
Así ha funcionado durante todos estos años la especulación inmobiliaria. Lo gracioso es que todas esas grúas de las que habló se han vendido: hoy, están todas en Albania, Bulgaria o Rumanía.
Hay descripciones muy jocosas: «José María Aznar había casado a su hija en El Escorial, había colocado a su mujer a la sombra de Gallardón, había conseguido hablar un inglés mexicano en el rancho de Bush...». O esto que se dice de Felipe González: «Había sido vendido como un producto moral según las técnicas más sofisticadas del mercado, el hijo de un lechero sevillano convertido ahora en símbolo de honestidad, que había mamado en las reuniones de obreros de Acción Católica, semisecretas, en la sacristía de la catedral de Sevilla». También dice que Suárez fue llamado para «limpiar el estiércol de las cuadras» del franquismo.
Por eso fue aceptado Suárez por ciertas fuerzas de la derecha. En la historia de España las personas más insultadas han sido las que han querido cambiar algo (Azaña, González, Zapatero); gente que, acertando o no, han querido cambiar el cauce. Suárez fue uno de los políticos más odiados por los suyos, ya que lo consideraban un traidor y le hicieron dimitir a punta de pistola y, no obstante, se levantaron los militares y ese golpe militar consagró a Suárez y al rey. El rey era ilegítimo, nombrado por Franco y ahí se conjugaron los dados de la historia porque sirvió para parar el golpe: hubo miedo escénico de Milans del Bosch (monárquico), que se vio en el desafío histórico de echarlo. El general Armada, que fue preceptor del rey, tuvo miedo escénico también. Si en vez de rey hubiese habido un presidente, este hubiera saltado como un tapón. A.H.
«Un relato fracasa si no es verosímil. Esto se da si te excedes en la fantasía. La imaginación tiene que estar sometida a la realidad; puede transformarla, pero sin negarla»
«La derecha se creía que todos eran rojos, que los comunistas estaban en todas partes y la izquierda creía que los militares estaban a punto de levantarse»