Guillermo Almeyra | Historiador, investigador y periodista
Señores, ¿en cuál mundo vivimos?
En su artículo, este doctor en Ciencias políticas se refiere a la crisis estructural del capitalismo que, asegura, es también ecológica. Rechaza la propuesta de algunos de volver al capitalismo «de antes», «productivo», dejando de lado el especulativo, «como si éste no fuese la consecuencia de aquél», o la de quienes dicen que hay que reforzar el capitalismo con ayudas estatales a las grandes empresas, lo cual no garantizaría la inversión de esas empresas, y se pregunta si el sistema capitalista buscará «rapiñar nuevamente el planeta, recolonizándolo» y, mediante otra guerra mundial, recuperar para EEUU la hegemonía perdida, dado que, sostiene, no hay nada que el capitalismo no pueda intentar... si se le deja y si tiene la fuerza social suficiente. La única solución que contempla es, por tanto, acabar con el capitalismo.
Los sabihondos se reunieron como siempre en Davos, pero ahora nadie les da bola y ni ellos mismos confían en sus recetas, preocupados como están por la crisis de civilización y por esta crisis estructural del capitalismo que es al mismo tiempo una crisis ecológica.
No faltan, sin embargo, algunos, como Cristina Fernández de Kirchner, que muy sueltos de cuerpo proponen volver al capitalismo «de antes», «productivo», abandonando el especulativo, como si éste no fuese la consecuencia de aquél. O quienes hablan, como esa misma señora y sus agudos asesores, de volver a la fase anterior al neoliberalismo y a la desenfrenada especulación resultante del papel predominante del capital financiero como si neoliberalismo y especulación no fuesen el resultado de la caída de la tasa de ganancia que llevó a cerrar la fase del llamado Estado del Bienestar y a reducir brutalmente los salarios directos e indirectos de los trabajadores en todos los países y los espacios democráticos y las viejas conquistas sociales (como las ocho horas) en todo el mundo.
Otros, en los gobiernos «progresistas» (Brasil, de nuevo Argentina, Venezuela), piensan que hay que reforzar el capitalismo con los subsidios del Estado a las grandes empresas, para asegurar a la vez los consumos populares y la rentabilidad de aquellas y así pagan a pocos con el dinero de todos, pero no aumentan las inversiones productivas, porque estas dependen de las expectativas tanto de los consumidores como de los capitalistas sobre la amplitud y sostenibilidad del mercado, expectativas que no existen. Por eso las empresas se meten en el bolsillo el dinero de los contribuyentes pero no invierten y, como son monopólicas, aumentan los precios de sus mercaderías pero no los salarios reales, reduciendo así aún más el mercado consumidor e impulsando, al mismo tiempo, la inflación, que también los corroe.
China está al borde de una catástrofe ecológica en todo el país porque la opción por el crecimiento económico considerando cero el costo ambiental lleva ahora a cientos de millones de personas a no poder salir -literalmente- de sus casas debido a la contaminación. A eso se le agrega la gran ola de movimientos por salarios, condiciones de trabajo o contra el despotismo y la corrupción. China y la India, por otra parte, hasta ahora principales sostenes del capitalismo mundial y en particular de la economía de Estados Unidos, Japón y la Unión Europea mediante la compra de bienes y de empresas, con su presencia en el mercado financiero mundial han acelerado brutalmente la circulación de capitales y el caos especulativo.
Independientemente de que no aparecen en el horizonte los sepultureros de un sistema en crisis estructural, porque los trabajadores, en el sentido más amplio, comparten aún la ideología de sus explotadores y sus valores hedonísticos y egoístas en vez de buscar una alternativa al sistema, el sistema está en una crisis agudísima desde 2008 y aún no superó lo peor. Al sistema capitalista las inmensas destrucciones de seres humanos y de capitales en las dos guerras mundiales y en la crisis de 1929 le dieron sólo unos 30 años de prosperidad y reconstrucción. ¿Buscará arrasar con los bienes comunes, rapiñar nuevamente el planeta, recolonizándolo, recuperar mediante una nueva gran guerra para Estados Unidos la hegemonía perdida de modo de instalar un mundo futuro para un quinto de la población mundial, eliminando de un modo u otro a los «sobrantes» (con guerras locales, dictaduras, hambrunas, siembra de enfermedades mortales)? No hay nada que el capitalismo no pueda intentar... si se le deja y si tiene la fuerza social suficiente.
Por eso hay adoradores académicos o no del sistema, nuevos doctores Pangloss, que dicen que el sistema siempre se recuperó de sus crisis y volverá a hacerlo, porque no se presenta una alternativa. Pero si la historia fuese una simple continuación indefinida de los sistemas, Europa viviría todavía la pax romana, los mayas seguirían dominando media Mesoamérica y en Tenochtitlán-DF se seguirían haciendo sacrificios humanos. El derrumbe del mundo antiguo y del Estado romano, su cultura, y sus relaciones de dominación fue el resultado de una larga crisis que duró más de tres siglos y que amenazó a la civilización, cuyo nivel más alto sólo fue reconquistado mil 200 años después con el Renacimiento. No está escrito en ningún lado que el capitalismo sea como Anteo, que al caer al suelo reconquistaba su vigor.
Porque esta crisis estructural está acabando con las bases de una cultura material basada en el despilfarro del agua, de los alimentos, de los recursos naturales de todo tipo y en la producción masiva de desechos que la naturaleza no puede reciclar. Los gobiernos «progresistas» o no, como el de Bolivia, Brasil, Ecuador, Argentina o el de México, Perú, Chile fingen creer que el crecimiento se puede lograr con el despojo de las tierras arables que se convierten en monocultivos, con la depredación del agua y de la tierra por la gran minería, por el extractivismo neodesarrollista pero ese crecimiento de las ganancias es enemigo del desarrollo y de los bienes comunes.
Por lo tanto, o se acaba con la producción para la ganancia, produciendo de modo diferente, fabricando otros productos, elaborados de otro modo, para otras necesidades o terminan por acabarse los bosques, los mares, el agua, el aire puro, el equilibrio natural del planeta... y la especie humana, reducida a pequeños grupos, vuelve al estado natural o, reducida a cerca de un tercio de sus integrantes actuales, vive en una dictadura tecnocrático-fascista como la que pintara Jack London en «El Talón de Hierro». Suena apocalíptico, pero enteras civilizaciones y grandes culturas han vivido antes apocalipsis semejantes.
La alternativa no es ya capitalismo o barbarie. Desde los campos de concentración nazis, los goulags stalinistas, Hiroshima y Nagasaki y los bombardeos a Vietnam vivimos en la barbarie. La alternativa es o acabar con el capitalismo o ver cómo éste acaba con las bases materiales de nuestra civilización.
© La Jornada