«Fusionar dos orquestas es como sacrificar a un hijo para salvar al otro»
El francés Jean-Yves Thibaudet es uno de los pianistas más brillantes de su generación, con más de 40 discos a sus espaldas entre los que destacan magistrales grabaciones de música de Ravel y Debussy. Esta tarde llega a Donostia junto con la Deutsches-Symphonie Orcheter Berlin para interpretar otra de sus grandes pasiones, la música norteamericana.
Mikel CHAMIZO | DONOSTIA
Jean-Yves Thibaudet participará en la interpretación de la «Sinfonía nº2» de Leonard Bernstein, una obra capital del repertorio estadounidense, que reserva una parte muy importante al piano. Además de esta sinfonía, la orquesta berlinesa y su director James Conlon ofrecerán el Preludio de «Los maestros cantores de Nuremberg» de Wagner y una suite orquestal de la ópera «Lady Macbeth de Mtsenk» arreglada por el propio Conlon. El concierto dará comienzo a las 20:00 en el Auditorio Kursaal.
Llega a Donostia con una obra que en Europa no es demasiado popular, la «Sinfonía nº2 para piano y orquesta» de Leonard Bernstein.
Efectivamente, no es la más popular de las obras de Bernstein, pero tampoco diría que es inusual. Al menos en los Estados Unidos se interpreta a menudo, no tanto en Europa. Yo la descubrí hace unos años y quedé fascinado, porque su contenido es muy profundo y filosófico, basado en un largo poema de W.H. Auden, «La edad de la ansiedad», que trata sobre la vida y los diversos periodos que atraviesa. Es una creación de gran calado, muy diferente de las obras más populares de Bernstein como «West Side Story». La mayoría de la gente piensa en Bernstein como el compositor de melodías alegres y comerciales, pero tenía muchos talentos distintos y su lado de compositor serio es verdaderamente fascinante. La «Sinfonía nº2» para mí se encuentra entre sus composiciones más importantes y, junto con la primera, son dos grandes aportaciones al repertorio sinfónico del Siglo XX.
A primera vista resulta chocante que un pianista de su renombre aparezca colaborando en la interpretación de una sinfonía, y no protagonizando un concierto para piano, donde poder expresar su personalidad de una forma más completa.
Comprendo la confusión que puede generar su denominación, pero en realidad en esta sinfonía la parte de piano es tan importante que en cierto modo se podría considerar un concierto. En ese aspecto se asemeja un poco a la «Sinfonía Turangalila» de Messiaen, cuya parte de piano es enorme, probablemente la más grande que se haya escrito jamás en cualquier obra. La «Sinfonía nº2» de Bernstein no es tan larga, está escrita en tres secciones, y la última es quizá la que sorprenda más al público, porque es la más jazzistica. Durante un largo pasaje se crea un trío de jazz protagonizado por el piano, el contrabajo y la percusión, mientras el resto de la orquesta permanece en silencio. Es una parte estupenda y muy impactante. Además la obra goza de una orquestación fenomenal, muy intensa, que consigue remarcar los momentos más poéticos. Es una pieza maravillosa y, aunque la gente no la conozca, debería animarse a acudir al concierto. No podemos tocar siempre las mismas cosas, los conciertos para piano de Tchaikovsky o de Rachmaninov. Es vital abordar también músicas diferentes, que no sean tan familiares para la audiencia pero que les permita abrirse y disfrutar de nuevos repertorios.
¿Cuál es su relación con esta sinfonía, cómo fue su primer acercamiento a ella?
La primera vez que la interpreté fue con Michael Tilson-Thomas, que fue amigo cercano de Bernstein y que me enseñó muchas cosas sobre cuál era la intención del compositor. Más tarde la toqué muchas veces junto a la Filarmónica de Los Angeles y Gustavo Dudamel, pues él la escogió como una de las obras para su primera gira por los Estados Unidos y la interpretamos en todas las ciudades importantes del país. Mi relación con la sinfonía ha continuado después, y el pasado mes de septiembre por fin la he grabado junto con la Orquesta de Baltimore.
Aunque nació en Lyon, usted lleva muchos años viviendo en los Estados Unidos y tocando música americana. ¿Qué cualidades hay que tener para interpretarla?
La mayoría de la música americana se sitúa por encima de categorías, pero sí es verdad que para tocar mucha de ella es conveniente estar familiarizado con el jazz. No puedes tocar a Gershwin correctamente si no sabes absolutamente nada de jazz. Y no solo Gershwin: el jazz es una parte muy importante de la música del siglo XX y ha influenciado a múchísimos compositores, también europeos como Ravel. No puedes comprender los conciertos para piano de Gershwin y Ravel si no estableces una conexión con el jazz, con su estilo y con la forma en que se interpreta. El último movimiento de la «Sinfonía nº2» de Bernstein también es completamente jazzístico. Por eso, los pianistas clásicos europeos solemos estar limitados cuando abordamos la música norteamericana, porque no se suele hablar de jazz en los conservatorios. Al menos yo lo tuve que estudiar por mi cuenta, y una vez en los EEUU ya me sumergí en él.
¿Cree que el jazz debería estar más presente en los programas de estudio de los conservatorios?
Sin duda, el jazz debería ser parte de la educación de cualquier músico. Aspectos tan importante en el jazz, como la estrtuctura rítmica o la improvisación, son elementos que los músicos clásicos no desarrollamos bien. Y eso es algo del presente, no del pasado. Liszt, por ejemplo, improvisaba todo el tiempo, nunca tocaba la misma pieza dos veces, siempre añadía o cambiaba cosas. Lo mismo ocurría con Mozart cuando tocaba sus propios conciertos, la parte de la cadencia la improvisaba completamente. Parece que ese aspecto de la música haya pasado a ser exclusividad del jazz y que los músicos clásicos ya no debieran preocuparse por ello. Pero los clásicos deberíamos acercarnos mucho más al jazz. Al contrario ya sucede, hay muchos músicos de jazz que tienen una gran respeto por la música clásica. La realidad es que están tan relacionadas que no se puede entender la música del XX la una sin la otra.
Ha mencionado a Mozart, que es un autor que usted no toca casi nunca. Tampoco interpreta las sonatas para piano de Beethoven, que son parte del repertorio central de cualquier pianista. ¿Por qué evita el Clasicismo?
Es una elección personal. Toqué mucho Mozart y Beethoven cuando era muy joven, al principio de mi carrera, en los concursos y en mis primeros recitales. Y después he seguido tocando los conciertos para piano de Beethoven, pero, efectivamente, no las sonatas. Supongo que son periodos de la vida y que en el futuro volveré a ellos. Pero ahora mismo creo que hay muchos fantásticos pianistas tocando este repertorio y yo no lo veo como una obligación. Quizá esté equivocado en prescindir de esta parte del repertorio, pero me parece honesto tocar la música con la que tengas un nexo muy fuerte y algo que decir y aportar. Yo me siento muy atado a los grandes románticos, a Brahms, a Rachmaninov... ya habrá tiempo para volver a compositores como Mozart, Beethoven o Schubert, que adoro en secreto. El problema con Mozart, en concreto, es que la simplicidad de su música lo hace extraordinariamente difícil de tocar. Es una paradoja, porque cuando eres joven Mozart resulta fácil de tocar, pero cuando maduras es dificilísimo.
¿Cómo se ve desde la perspectiva de un pianista estrella como usted la propuesta política para hacer fusionar las dos orquestas vascas?
Es una pregunta difícil. Desconocía lo que está ocurriendo en el País Vasco, pero imagino que será lo mismo que he visto en muchos otros sitios, que cogen dos orquestas y la quieren convertir en una. Pero eso en realidad es eliminar una orquesta y es una decisión terrible, como si tuvieras dos hijos y decidiéses sacrificar a uno para mantener con vida al otro. Yo creo que los políticos, en todo el mundo, están olvidando que la música es una de las más altas prioridades, que es un misterio del género humano que nos acompaña desde hace milenios y que debe ser protegida. Entiendo que son tiempos difíciles, que hay que sobrevivir como mejor se pueda a la espera de momentos mejores. Pero lo que se está haciendo con el arte, si lo comparas con los cientos de millones que se evaporan con el fútbol, por ejemplo, es algo terrible.
Hace 20 años usted rompió con la etiqueta de la música clásica prescindiendo del frac en sus conciertos.
Creo que fue algo más importante de lo que parece a primera vista. En lugares como Viena o Boston me hicieron críticas terribles por ello. Pero yo buscaba que la música clásica no tuviera una imagen tan conservadora para la nueva generación, que fuera llamativa para los jóvenes. Además, cuando vas bien vestido a un concierto, como realmente te apetece, sientes más confianza que disfrazado con un frac y pajarita, que está bien para casarse pero poco más. Yo busco algo más excitante y creativo, que me relacione con el tiempo que estoy viviendo. Y ha debido trascender, porque cuando yo empecé, hace 20 años, no lo hacía nadie más, sin embargo ahora los jovenes pianistas se visten de forma mucho más libre.
¿Por qué eligió vestirse exclusivamente con ropa de Vivianne Westwood? ¿Encuentra algo afín en sus diseños?
Absolutamente. La gente que la conoce personalmente sabe que adora la música, que la escucha todo el tiempo y que va a muchos conciertos en Londres. Y tiene un gran conocimiento de la historia de los trajes en la ópera y en el teatro. Los diseñadores a este nivel son en realidad artistas, tan creativos como los arquitectos o los pintores. Me quedé con ella porque, además de su talento, entendía los aspectos prácticos de tocar música. Me hace pañuelos para secar el sudor, un bolsillo específico para guardar la llave del camerino, utiliza materiales ligeros y cómodos pero que aguantan bien los viajes constantes y, además, me diseña maletas a juego. Entiende lo que es la realidad del intérprete y eso para mí es muy valioso. Mikel CHAMIZO