GARA > Idatzia > Kultura

PERFIL | Sylvia Plath

El dolor, el sufrimiento y la muerte en verso

La escritora puso fin a su vida un día como hoy de hace cincuenta años, precisamente en la misma casa en la que había habitado su admirado poeta W.B. Yeats. Su figura no dejó de crecer, convirtiéndose en un verdadero mito, un icono de la lucha de las mujeres, de la denuncia de los castradores males del patriarcado

p056_f01_149x177.jpg

Iñaki URDANIBIA

Aprimera hora de la mañana del 11 de febrero de 1963, Sylvia Plath se arrodilló junto al horno abierto de la cocina de la segunda planta del apartamento de Primrose Hill y abrió el gas. Había dejado vasos de leche junto a la cama de los niños. Y había puesto esparadrapo alrededor de las puertas y metido bajo las mismas toallas para proteger a los pequeños de la expansión del gas. Había tomado una buena cantidad de somníferos y había dejado una nota, en la que pedía que avisaran a su médico», así relata el final su biógrafa. Linda W. Wagner-Martin. La escritora puso fin a su vida un día como hoy de hace cincuenta años, precisamente en la misma casa en la que había habitado su admirado poeta W.B. Yeats.

Desde el día de su muerte, la figura de «la chica que quería ser Dios» no dejó de crecer, convirtiéndose en un verdadero mito, un icono de la lucha de las mujeres, de la denuncia de los castradores males del patriarcado, un camino que parecía tener como horizonte la ginocracia. («se han librado de los hombres / patanes torpes, embotados, balbucientes»).

Hay vidas que dan para mucho, por su intensidad, hasta su final. La de la poeta americana (Boston, 1932- Londres, 1963) fue una vida breve que hizo que su existencia se convirtiera en uno de los signos destacados de su figura literaria, como si su corta vida fuera una obra en sí misma, quizá la más destacable de su quehacer. Vida que ella supo poner negro sobre blanco de manera magistral.

Las lecturas, que también forman naturalmente parte de las vidas, que ella con bulimia ingirió desde adolescente fueron realmente asimiladas, y procesadas las devolvía al lector con sobradas muestras de la profundidad de sus conocimientos y de la amplia cultura adquirida. Así pues que nadie se engañe, dejándose llevar por un cierto morbo, pensando que una vida atormentada -que la tuvo con sus depresiones desde niña y sus estancias en psiquiátricos varios, y su hundimiento tras romper la siempre problemática relación con el padre de sus dos hijos, el también poeta Ted Hugues- es la exclusiva fuente en la que se alimenta la obra poética de la autora de «La campana de cristal» -quizá su libro más conocido: una novela con transparentes dejes autobiográficos-, convirtiéndose ésta así en una especie de «confesión».

La suya es una honda poesía cuyo lirismo se nutre, por supuesto, de su vida propiamente dicha y de los roces que ésta tuvo con el mundo, pero también con los mundos recreados por otros. Así si se ha solido encasillar a tal poeta, junto a Robert Lowell y Anne Sexton entre otros, como la corriente de «confesores» poéticos... que no se cortaban para nada a la hora de expresar sus «experiencias internas» y los «temas íntimos tabúes».

Versos los suyos «que zumban como niños azules / En las telarañas del infinito», enraizados en la vida. Una decidida apuesta por la realidad como tema de sus poemas, apoyándose en las emociones auténticas y pretendiendo a la vez ser relevantes, «relevantes para las cuestiones más amplias, asuntos más importantes como Hiroshima y Dachau y todo lo demás». Desde luego nada de lo humano le era ajeno, su constante dolor empatizaba con el dolor de los otros; paradigmático de lo que afirmo es la conmoción que le supuso la masacre de los judíos en los campos de exterminio nacionalsocialistas: «Baqueteada como una judía. / Una judía camino de Dachau, Auschwitz, Belsen. / Comencé a hablar como una judía. Tal vez soy judía». «Así, así Herr Doctor. / Así, Herr Enemigo.../ ceniza, ceniza.../ usted hurga y remueve. / Carne, huesos, aquí no hay nada...».

Si Aristóteles en su «Retórica» hablaba de la filosofía como la capacidad de relacionar palabras por medio de metáforas, con cuánto más rigor podría aplicarse esta definición a la actividad poética. Pues bien, Sylvia Plath utilizaba una inmensa cantidad de figuras, de analogías, de comparaciones, metonimias y metáforas francamente logradas y deslumbrantes. Y si el otro hablaba de la poesía como un arma cargada de futuro, los versos de Plath los cargaba el diablo y ella los usaba como dardos que ajustan cuentas con quienes según su visión y sus delicados y frágiles sentimientos quebraron su vida desde niña hasta el fin: el padre («Ni siquiera podía hablar contigo. / La lengua se me pegaba a la boca/ ...Siempre te tuve miedo. A ti, a ti») y el esposo, como las dos figuras que sobresalen.

Las referencias al comercio matrimonial, a los roles de pasividad, obediencia, a la siempre presente disposición de un agujero presto a ser penetrado (sic), y que se entrega sin usar al receptor («¿Vacía? Sí, vacía. Pues aquí tienes otra/ Para llevarla, y deseando/ Servirte una taza de té, disipar tus migrañas/ Y hacer cuanto le digas. / ¿Quieres casarte con ella? Tiene garantía»). El hombre guerrero que ha de descansar, ellos tan preocupados por las guerras, por destrozar el mundo, tan activos ellos. Y en muchos poemas la oscuridad de la ciudad apagada entre las sombras de figuras mitológicas y legendarias griegas y latinas se proyectan en una tensión permanente entre el amor y el odio. Y si en los poemas las celebraciones a los genios de lo negativo vencen ante las invocaciones a los de la luminosidad, la de un horno acogió su cabeza a sus treinta años recién cumplidos: «El amor su única estación» no le acogió y «doblaron las campanas, doblaron las campanas»... mientras «los hornos fulguraban como cielos incandescentes».

Sylvia Plath o el dolor, el sufrimiento y la muerte en verso.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo