La ópera prima de Sophie Schoukens fue presentada en Donostia hace tres ediciones, dentro de la sección Zabaltegi para Nuevos Realizadores. Está claro que ha encontrado dificultades para su distribución, a pesar de que viene avalada por la influencia de los hermanos Dardenne, a través de la fotografía de su colaborador habitual Alain Marcoen. No solo se nota en la realista atmósfera visual, sino también en el ritmo contenido dentro de un drama familiar que encierra no pocos traumas. En principio se podía pensar en Schoukens como en una posible continuadora de las cineastas belgas Marion Hänsel o Chantal Ackerman, pero no ha hecho todavía un segundo largometraje de ficción, y al parecer sigue trabajando como productora de documentales.

«Marieke» es una película muy belga, que se inspira en la canción bilingüe de Jacques Brel «Marieke, Marieke», precisamente para retratar la doble realidad cultural del país. La joven protagonista, como buena belga, lleva también una existencia desdoblada: por el día trabaja en una fábrica de chocolate de Bruselas y por la noche mantiene relaciones promiscuas con hombres de edad avanzada. Esta segunda actividad nocturna está directamente relacionada con el trauma de infancia que marca su personalidad a costa de la ausencia de la figura paterna. Ni ella, ni tampoco su madre, han podido superar la etapa de duelo. La relación maternofilial se ha vuelto muy distante, debido a que la viuda destruyó todas las fotografías de su marido, forzando a la hija a fotografíar de manera obsesiva y enfermiza partes de los cuerpos de sus maduros amantes, para luego completar un extraño puzzle a modo de reconstrucción del padre que perdió cuando sólo tenía ocho años.

Estamos ante una obra psicológica en la que el pasado pesa demasiado, sin que los acontencimientos que observa el espectador en el tiempo presente tengan posibilidad de avanzar en un sentido que conduzca a su resolución. Predomina el retrato de la soledad y del vacio de una existencia incompleta.