FIN DE FIESTA A vueltas con la aparición monárquica en la Copa
El Rey entra casi en secreto y pitada masiva ante el himno
La finalísima copera vivió su jornada con relativa normalidad, más allá de los cacheos a la entrada y el férreo control, extensivo todo el torneo. La aparición del Borbón fue casi subrepticia, sin anuncio ni otro ceremonial que un ruido ensordecedor, ikurriñas y senyeras.
Arnaitz GORRITI
Son como niños, diría aquel. Si las rivalidades deportivas provocan desencuentros enconados, qué decir de otro tipo de cuestiones más serias.
El operativo de control a cuenta de la llegada del Borbón no llegó ni al exceso ni al exhibicionismo de la Copa de 2010, pero tampoco faltaron los cacheos a la entrada del pabellón, lo que hizo que las gradas, pese al desapacible tiempo en Gasteiz, se llenaran muy a cuentagotas. En comparación a la férrea vigilancia que los aficionados han debido padecer a lo largo del torneo copero, sin que pudieran recorrer los distintos anillos casi de ninguna manera -lo que dificultaba la proverbial mezcla de aficiones, tan usual en la Copa, no digamos ya en las calles gasteiztarras-, poca novedad, aunque con el evidente fastidio que supone la excepcionalidad de ciertas presencias institucionales, que condicionan los comportamientos ajenos y propios.
Normalidad en la grada, una grada que presentaba buen aspecto a pesar de los lógicos hue cos a cuenta de la no clasificación de la escuadra local o Uxue Bilbao Basket y, a falta de dos minutos de empezar la finalísima, el ambiente mantenía un clima de calma chicha, a la expectativa de que empezara el partido entre culés y taronjas.
Pero en estas apareció, sin ninguna presentación por parte del speaker y de forma casi subrepticia, Juan Carlos de Borbón y su séquito. Y sí, unos pocos se levantaron y aplaudieron, pero una inmensísima mayoría, mayoría aplastante que procedía de la grada casi compartida por barceloneses y gasteiztarras, acallaron la entrada del Rey -quizá hasta le dieron mayor notoriedad, quién sabe- a base de pitos y más pitos.
Sin ceremonial y a la carrera
Después de que el protagonista de ese concierto de música de viento se hubiera aposentado en el palco, comenzó a sonar el himno español. Curiosamente, en esta ocasión ni el speaker ni nadie hizo mención de la, en principio, solemnidad del acto, toda vez que el Borbón acudía a una final copera por cuarta ocasión, después de las ediciones de 2001, 2010 y 2011. Ni se anunció que el himno iba a sonar, ni mucho menos se pidió al público que se pusiera de pie.
La pitada se hizo todavía mayor, con notable presencia de ikurriñas y senyeras. La megafonía, a diferencia de Barakaldo 2010, ni se esforzó en darle volumen al himno; más bien velocidad, que acabara aquel desagradable trámite.
Todo el mundo sospechaba lo que iba a pasar, pero pasó. Lo dicho: son como niños.