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Mikel Etxeberria Militante de la izquierda abertzale

El dilema de la llave

A un mes de la «impresionante manifestación» de Bilbo por los derechos de los presos vascos, el autor presenta una reflexión sobre cómo inutilizar la estrategia del Estado que, mediante el «chantaje puro y duro», busca paralizar el proceso embarrando el escenario con este tema. Considera que existen «efectos subterráneos» a tener en cuenta para poder prever y desarrollar las nuevas coyunturas. Cree que la actitud del Estado con los represaliados políticos no es sinónimo de fortaleza, sino una pose a modo de «bravuconada fatua». Y concluye apostando por profundizar en el camino de la unilaterialidad «expresión de seguridad de quien es dueño de sus iniciativas y maestro de sus ritmos» y por ser perseverantes y dar amplitud a los contenidos de la Declaración de Aiete.

Ha pasado ya un mes desde la impresionante manifestación de Bilbo por los derechos de nuestros represaliados políticos. Siempre hemos dicho que una marcha de estas características es el hermoso exponente de toda la fuerza de un pueblo en movimiento en favor de quienes, por encima incluso de ellos mismos, lo entregaron todo al servicio de Euskal Herria y su libertad. Y también hemos repetido una y otra vez que toda esa energía acumulada no puede quedarse en el hecho puntual de participar en esa cita multitudinaria sino que debe de expandirse sobre todos los corazones y puños de la nación vasca para hacer posible el día en que, entre todos, los devolvamos a sus familias haciendo añicos los muros de la verguenza y recibiéndolos con el honor que se merecen.

Año tras años nos superamos en la convocatoria; y eso marca categoría de pueblo y es el sello indeleble y orgulloso de una nación que bajo ninguna circunstancia olvida a sus hijas e hijos represaliados. Perfecto. Pero de lo que se trata, el objetivo que debemos tener presente en cada momento es que en enero de 2014 ya no sea necesaria una nueva convocatoria como la que acabamos de vivir porque el proceso para traerlos a casa esté ya en marcha y el retorno, finalmente, haya comenzado.

El mayor éxito colectivo de este 2013 sería, pues, que gracias al compromiso diario de cada uno de nosotros ya no resultara imprescindible volver a llenar nunca más por nuestros prisioneros y exiliados las calles de Bilbo ni de ningún otro lugar de Euskal Herria. Habrá quien diga que esas citas multitudi- narias nos vienen bien porque nos cargan de energía para luchar el resto del año. El que así lo piense puede estar tranquilo pues en el camino hacia la soberanía nacional y la integridad territorial habrá que hacer muchas manifestaciones como esas; y mayores aún, ya que para lograr la independencia necesitaremos a la inmensa mayoría de los ciudadanos vascos porque sino no será posible.

Más de un centenar de miles de personas caminando sobre Bilbo ha provocado otro efecto que no por ser, en principio, imperceptible es menos importante. En política es fundamental estar atento a los efectos subterráneos que producen los acontecimientos en la superficie, a unos movimientos que por tener lugar a niveles no públicos resultan inapreciables hasta que se materializan en algo concreto. De ahí que haya que desarrollar una particular sensibilidad en ese aspecto para poder prever y preparar mejor los escenarios con el fin de que nos sean favorables cuando afloren.

Al hilo de lo dicho, me atrevo a decír que el paso firme de decenas y decenas de miles de personas sobre las calles de Bilbo se ha hecho sentir en el subsuelo provocando un auténtico desplazamiento de placas tectónicas, lo que, unido a otras variables que se están conjugando ya en la actualidad, hará que en los próximos meses comencemos a visualizar, creo yo, movimientos de gran interés. Si algo tan aparentemente estático como los continentes se mueven, no dudo que lograremos poner en movimiento hasta lo inmóvil. Porque no hay nada inamovible, y mucho menos cuando tenemos un pueblo en marcha arrolladora.

Tenemos ese pueblo y tenemos la fuerza necesaria para conseguirlo.

Estamos insistiendo bastante en que en estos momentos el objetivo principal del Estado español en relación a Euskal Herria es paralizar el proceso en que nos encontramos, utilizando para ello la táctica de embarrar el escenario político impidiendo, así, el deseado cierre definitivo del ciclo anterior y, con ello, bloquear la normalización democrática y la consolidación del nuevo tiempo negándose a afrontar una resolución integral del conflicto político. Sobre todo ello proclaman machaconamente la «fortaleza del Estado» planteándolo a modo de amenaza. Sin embargo, en los momentos que vivimos, con una sociedad vasca implicada en asentar las bases de un nuevo futuro y con España en una crisis general de descomposición, esa pose no deja de ser más que una bravuconada fatua que solo se sostiene desde la colaboración necesaria de sus medios de difusión y sus periodistas liberados a sueldo. Fuera de eso, no son nada; y como tal tenemos que verlos para sentirnos más seguros de nosotros mismos y de nuestra capacidad de hacer que se mueva hasta lo hundido en el fango más espeso. Confianza en nuestra energía.

Un Estado fuerte es mucho más que una pose torera mirando al tendido; es un sentido de porvenir, una responsabilidad con el presente hacia el futuro que se manifiesta con dignidad en sus actos. Un Estado de esas debidas características jamás caería en la miserable pretensión de alterar los ritmos políticos y condicionar el avance de un pueblo hacía la democracia, la paz y la reconciliación instrumentalizando a los prisioneros que tiene en su poder.

Que nadie se equivoque porque eso no es fortaleza sino debilidad, la reacción impotente de quien carece de alternativa para el presente y por ello recurre a tratar de pervertir el futuro.

De cualquier manera, lo evidente es que el Gobierno de España tiene la llave de las celdas de nuestros prisioneros y nos la enseña con soberbia. «Esta es la llave», nos dice, «y si la cosa no va según mis intereses daré otra vuelta a la cerradura». Chantaje puro y duro.

Siendo así, me hago una pregunta, que dejo a la reflexión: ¿y si les cambiamos la cerradura para hacer inservible su llave? Pensemos al respecto porque por ahí puede ir la clave para inutilizar su estrategia.

La inmensa energía acumulada en Bilbo convertida en gigantesco paraguas de respaldo popular será la cobertura de apoyo y solidaridad a la recolocación del colectivo de prisioneros y exiliados en las nuevas coordenadas de avance, para que el encadenamiento de sus pasos unilaterales se convierta en la puntilla que entre en la cerviz de la estrategia del Estado. La unilateralidad, como expresión de potencia y seguridad de quien es dueño de sus iniciativas y maestro de sus ritmos, deberá seguir siendo la garantía no solo de la fortaleza de un colectivo humano y político sino también de que no haya hipotecas ni se esté al albur de maniobrar de otros. Que nadie piense que la unilateralidad es la cobertura de la derrota por vías no humillantes, porque se equivoca.

La otra clave sigue siendo la perseverancia en los contenidos de la Declaración de Aiete. Por ahÍ va la cuestión.

Entre lo uno y lo otro, con el empuje decidido de la sociedad y tejiendo una eficaz red internacional no me cabe la menor duda de que a lo largo de 2013 generaremos una aceleración hacia la resolución integral del conflicto. Y con ello marcaremos nuevos hitos en esta larga marcha de la nación vasca hacía la soberanía, desde su reconocimiento y el respeto a la libre decisión de sus ciudadanos.

Con ese objetivo en el horizonte, se hace imprescindible en la actualidad convertir la llave española de las celdas en un artilugio inútil. En ello estamos y entre todos lo conseguiremos. Lortuko dugu!

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