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CRíTICA: «Muertos de amor»

¿Celoso patológico o maltratador en potencia?

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Mikel INSAUSTI

La frase popular «hay amores que matan» en la actualidad resulta especialmente dolorosa y se presta más al drama que a la comedia. Existe una mayor sensibilización hacia el problema de la violencia de género, por lo que el humor basado en los celos posesivos ha quedado trasnochado, y con él la ópera prima de Mikel Aguirresarobe «Muertos de amor», a la que se le ha pasado el arroz.

La novela homónima de Carlos Cañeque en la que se basa la película se editó en 1.999, y desde entonces el realizador irundarra ha estado tratando de sacar adelante la correspondiente adaptación cinematográfica, lo que le ha llevado unos doce años. Desconozco si había forma de actualizarla, pero lo que se vé en pantalla pertenece a otra época, por más que parte de la ambientación se sitúe en el tan de moda mundo de la alta cocina. Bajo esa capa superficial quedan al descubierto unos personajes y unas situaciones que, aunque no hayan sido del todo desterrados de nuestra realidad social, convendría ir relegando al olvido. No quisiera insistir mucho más en lo del desfase temporal, pero es que hasta los chistes de fútbol se han quedado obsoletos, ya que pertenecen a la etapa del Barça de Cruyff o de Koeman, y no a la del de Messi.

En esas escenas, con una prostituta disfrazada de arbitro, tuve la sensación de que el actor catalán Cesc Casanovas estaba haciendo el mismo papel que en 1.975 protagonizó el malogrado cómico Cassen para Francesc Betriu en «Furia española».

De igual manera habría que acudir al landismo para entender el papel del gallego Javier Veiga, un celoso patológico que se muestra a lo largo de la película como un maltratador en potencia. Y eso que las taras físicas del personaje, manco y esteril, se prestaban a una comicidad más cruel y explosiva, al estilo de la de los hermanos Farrelly. Su dependencia del psicólogo, un argentino que se le aparece incluso fuera de su consulta como en las comedias de Woody Allen, se mezcla caoticamente con la presencia, ya excesiva, de un charlatán de programa esóterico de televisión

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