El público de San Mamés, o mejor, parte, clamó para que a su portero hasta hace una semana, Gorka Iraizoz, lo echaran a los leones, y el técnico Marcelo Bielsa, cual César, tras un primer gesto magnánimo, señaló con su dedo pulgar hacia abajo. El cambio en la portería del Athletic puede estar justificado. Personalmente, nunca he pedido su relevo. Cuestiono sus errores, aplaudo sus paradas, pero le corresponde a Bielsa decidir. Él le ve entrenar, le ve jugar, le ve andar, le ve pensar. Los ciclos entre graves errores de los que habló el argentino en la sala de prensa de La Rosaleda sentenciaron ante el Atlético al portero navarro. La suerte seguramente estaba echada a ojos de Bielsa, pero entraron entonces en juego la mofa y los pitos de unos cuantos. Y Bielsa meditó entre mantener una semana al «hostigado», como él le llamó, o seguir su criterio profesional, como él dijo. Se guió por el segundo, lógico. Lo que ya no lo es tanto es que, sin mediar pregunta alguna sobre el grado de responsabilidad del público en esa decisión, Bielsa blandiera en la rueda de prensa lo de que «el rechazo del público a Iraizoz fue un condicionante». ¿Desde cuándo es la afición la que quita y pone jugadores y más en un equipo dirigido por Bielsa? ¿Estamos ante un gesto demagógico hacia la grada? ¿No bastaba con decir que tomó la decisión en base a criterios solo futbolísticos y obviar la coletilla? ¿Decidirá otro día la prensa? Puestos a preguntar, ¿dará minutos a Fernando Llorente el viernes en el derbi ante la Real a sabiendas del `condicionante' que supone la actitud de ese mismo público para con el `9' ?