Josu Iraeta | Escritor
Bajarse del caballo y caminar
Como en su día nos dijo el físico norteamericano Richard Feynman; «La ciencia es una manera de enseñar cómo algo llega a saberse». También qué es lo que no se sabe, en qué medida las cosas se saben, puesto que nada puede saberse de manera absoluta. Cómo manejar la duda y la incertidumbre. Cómo pensar acerca de las cosas de modo que puedan formarse juicios. Cómo distinguir la verdad del fraude, la verdad del espectáculo...
Si aplicamos a la situación que se vive en el Estado español lo que nos dijo Feinman y añadimos un poco de raciocinio e inteligencia, llegaremos a la certeza de que el cambio de morador en la Moncloa es siempre una circunstancia inevitable, incluso si quedase vacía hoy mismo. Es más, incluso pudiera considerarse «normal», puesto que -inmersos como estamos- en un proceso de crisis del sistema, la opción de cambio es consustancial a las contradicciones sociales del capitalismo.
Dicho esto, y ante la realidad de lo que se avecina, una vez más está resultando insostenible y falsa la teoría de quienes defienden que «bienestar social equivale a consumo masivo». Desgraciadamente, la primera referen- cia que cuestiona la ecuación es el desempleo. Y no «solo» aquí, también en el resto de Europa y el mundo, donde el censo de desempleados adquiere niveles no conocidos hace muchas décadas.
Nadie más apropiado que la derecha populista española para construir torres de Babel utilizando su propia corrupción como mortero. A pesar de tanta evidencia, de tanto latrocinio estructurado, no se irán; es más, todavía se muestran como la luz en la oscuridad, pareciendo ignorar que la luz y la oscuridad siempre han mantenido una frenética lucha entre lo blanco y lo negro. Es un juego propio de las democracias formales, los gobiernos llegan y se van, pero la rutina, la codicia, la estupidez y la presun- ción se quedan como si fueran fruto de los máximos adelantos del conocimiento.
Mi aseveración no es nueva, pero mantiene su vigencia cuando afirmo que la interpretación que de la democracia occidental ejerce la derecha española es falsa, carente de razón. En el ejercicio de «su» democracia, el frufrú del dinero y el sonar melodioso del oro han suplantado a la moral, la conciencia y la vergüenza. El ejercicio de «su» democracia nos hace víctimas de la propagación del modo colonial de civilización. Nos lleva a la era de la destrucción de los valores, ocupando su lugar los objetos, las cosas. No es este el camino que nos puede llevar al futuro.
Las privaciones, el hambre y el desbarajuste causados por la codicia criminal de quienes han olvidado que nacieron desnudos, ensangrentados y llorosos, despiertan emocionalmente un deseo incontenible de ver el cielo despejado sobre la cabeza de uno y las de sus hijos, apreciar la vida.
Ni todos somos los mismo, ni siempre ha sido así. Desde los tiempos en que los núcleos de población vascos eran administrados a través de auzolanak, la vida de la sociedad vasca y de cada individuo en nuestro país se entrelazan inseparablemente. Hemos sido fuertes y lo seguiremos siendo siempre que defendamos el colectivismo, por la noción de lo común.
En la izquierda abertzale siempre se ha reconocido expresa e invariablemente el valor de la individualidad, del individuo y entiende siempre el colectivo como unidad de personas distintas con objetivos comunes. Somos lo que somos, partícipes del proyecto soberano de un pueblo. Del optimismo y lo trágico de la persona, del individuo, son las dos caras de la misma moneda, la unidad dialéctica en la que lo uno no descarta lo otro. Siempre hemos sido y seguiremos siendo así.
Es cierto, nadie puede ignorar que el mal es social en su origen, y no porque así lo haya impuesto la naturaleza. De hecho, el mal hace, está haciendo realidad la violencia estrucural como poder. Es por eso que hay quien afirma que en el Estado español, cuando el Gobierno «activa» los juzgados, se callan las libertades. Comparto esa opinión, es más, creo que muchas sentencias no responden a la historia que «hoy» estamos escribiendo. La ignoran.
Mencionada la escritura, quiero afirmar que en una situación tan comprometida como la de hoy por estos lares, el escritor, es o debiera ser, un intermediario en la relación entre el universo de las personas. Por eso, cuando «activan» los juzgados y el silencio es el sonido de la cárcel, nuestro silencio es el que acepta la cárcel. No les quepa duda.
Ante esto -que es sumamente grave- quiero incidir en que es «necesario» mostrar voluntad democrática para superar la actual pasividad política. Quiero subrayar en lo erróneo de la inercia del «aséptico», que con igual indiferencia se protege en el criminal principio de ¿a mí qué me importa? y es capaz de advertir y comprender lo bueno, pero no es capaz de dar un paso hacia la razón y la verdad, abandonándose a la moral equilátera del mal llamado «centrismo».
Mirando hacia dentro, quiero hacer notar que a veces nos olvidamos de lo joven que es -en el contexto de la historia de nuestro pueblo- la lucha que estamos protagonizando por ofrecer a nuestros hijos una Euskal Herria libre. Cierto que hemos hecho mucho y que el camino recorrido es largo y más largo y mayor aún el sufrimiento. Cierto también que estamos más cerca, bastante más cerca que hace treinta años, pero no hemos llegado. Llegaremos si defendemos con uñas y dientes lo que tenemos y aquello que vayamos obteniendo, porque no siempre será avanzar.
Estamos ante un camino que requiere cambios, al que hay que adaptarse. Ha llegado el momento, no se puede demorar más. Hay que bajarse del caballo. Bajarse del caballo y caminar. Caminar por el camino elegido -que no es malo- pero sugiero la conveniencia de evitar tentaciones que impulsan a definir lo que ya está definido. Insisto, el camino no es malo, pero debe servir para cambiar las reglas de juego. Después cambiaremos la correlación de fuerzas.