Ineludible
Carlos GIL | Analista cultural
Meterse donde no te llaman. No se le puede negar a nadie, ni siquiera a un crítico, que emita su opinión desde su propia ideología. Diría más, es imposible que ningún ser humano emita una opinión que no parta en su fundamentación más profunda de su propia concepción del mundo. Ni el crítico, ni el artista. Es ineludible, por mucho que te quieras camuflar. Situados en esta máxima, lo que debe exigirse es que se analice lo visto desde la grandeza de miras, intentando comprender lo que se está ofreciendo y utilizando la vara de medir artística, la capacidad de análisis que se tenga y huyendo de la descalificación absoluta y del insulto.
Desde la mirada de cada cual, remarcando su postura ideológica hacia el asunto tratado, se puede llegar a conclusiones en las que se reconozca desde la discrepancia absoluta valores artísticos que escapan al sectarismo desde el que en ocasiones se parte. No he venido a dar ejemplo. Ni siquiera ejemplos. Concurro para meterme en un debate que me concierne. Criticar al crítico es una sanísima labor democrática, pero hágase con argumentos convincentes que eleven la discusión. De lo contrario se cae en la misma ciénaga.
La crítica es una labor que debería estar mejor considerada. Y no lo está por culpa de quienes ejercen la crítica. Falta preparación, compromiso, adecuación, liderazgo, discurso estructurado para que desde su ideología se planteen nuevos caminos. Se ha convertido en una acción dentro del proceso cultural residual, parasitaria. A veces diría que superflua e inoperante. Es cuando todo se reduce a tres frases hechas y una postura inamovible y sumisa, que huele a naftalina y retórica barata.