Belén MARTÍNEZ Analista social
Drones surcando el cielo
La luz centelleante de los drones se confunde con las estrellas del firmamento. Toneladas de bombas arrojadas sobre un perímetro definido como escenario de guerra, sin importar si se yerra en el cálculo o se sobrepasan las fronteras del bien y del mal, los confines de eso que en el argot de los US military boys se denomina AfPak, o lo que es lo mismo, Afganistán y Pakistán.
Termina el día, el cielo se vacía y el silencio enmudece para siempre. ¿Cuántas niñas, adolescentes y ancianos deben de seguir siendo sacrificados en Afganistán, Irak, Pakistán, Yemen, Somalia, Libia o Gaza para seguir alimentando la mentira de la Guerra Total que justifica la existencia de una floreciente industria militar?
Flota de aviones pilotados remotamente y accionados por una palanca de mando o yoystick -como un banal juego de vídeo- despegando desde la Base de la Fuerza Aérea de Creech, en Nevada (EEUU). Combatientes remplazados por máquinas asesinas armadas de misiles Hellfire y bautizadas con nombres como: Predator C Avenger, MQ-9 Reaper o Global Hawk, que evocan la muerte y la aniquilación.
En Europa se ha desarrollado el programa Neuron, promovido por Francia en cooperación con Italia, Suecia, España, Grecia y Suiza. El Estado francés usó drones para garantizar la seguridad de Benedicto XVI durante su viaje a Lourdes, en setiembre de 2008; y el dron Elsa sobrevoló Estrasburgo durante la cumbre de la OTAN, en abril de 2009. Elsa fue diseñada para utilizar en caso de revueltas urbanas.
Drones para interceptar al enemigo, que es una daga con turbante, la turba que quiere tomar el cielo por asalto o una patera zozobrando.