Mikel INSAUSTI

A veces es muy difícil establecer una línea de separación entre el realismo fantástico, la fábula infantil y el cuento milagroso. De todo ello hay un poco en el tercer largometraje de Peter Hedges como realizador, tras los prometedores «Retrato de April» y «Como la vida misma». Tanto en su faceta previa de novelista, como en la de dramaturgo o en la de guionista cinematográfico, el autor de la novela «¿A quién ama Gilbert Grape?», llevada por Lasse Hallström a la pantalla, siempre ha sentido una especial querencia por este tipo de historias fabulosas e increíbles que encierran una metáfora.

En «La extraña vida de Timothy Green», el nacimiento poco común de un niño que materializa el conocido y recurrente simil de «plantar la semillita», al margen de otras posibles lecturas, sirve para abogar por la aceptación de todas las formas de familia que puedan darse en nuestra sociedad, sin discriminar a aquellas que se salgan de la norma establecida. Se va más allá, por tanto, del concepto tradicional de familia biológica, en la medida en que surgen otros métodos de gestación, aparte de los ya existentes de acogida o adopción.

Timothy Green simboliza pues al niño que es diferente a los demás, pero que cuenta con el amor incondicional de sus padres para superar el rechazo social. El proceso de integración del pequeño es descrito de una manera conciliadora, ya que no hay que olvidar que estamos ante un producto familiar de Disney.

«La extraña vida de Timothy Green» comparte, y no por casualidad, con «El atlas de las nubes» al director de fotografía John Toll, que sabe conectar visualmente realidad y fantasía como nadie. Si la película resulta agradable de ver, se hace además entrañable en su reparto adulto, destacando los veteranos M. Emmet Walsh y Lois Smith, sin olvidar a David Morse y Dianne Wiest. Respecto al niño protagonista interpretado por C.J. Adams poco se puede decir, dado que este tipo de caracterizaciones obligadamente angelicales permiten muy pocos matices.