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Arantza Santesteban Historialaria

La fuerza de los argumentos

Las consignas, los lemas y los presupuestos de las grandes ideologías no terminan de generar el necesario corpus político y social. Todo ello, cuando empezamos a ver que el colectivo de desposeidos empieza a agruparse en dinámicas conjuntas basadas en intereses comunes

Mis padres me suelen contar cómo cuando mi hermano y yo eramos txikis y el día a día transcurría bajo los techos de uralita de lo que era nuestra precaria ikastola, madres y padres se unían y a traves de un gran esfuerzo colectivo creaban las primeras ikastolas en Iruñea. Recuerdo también cómo me suelen contar aquella historia de un camarada del barrio que, guiado por la conciencia revolucionaria, se fue a luchar a Nicaragua junto a las fuerzas sandinistas. Eran los signos más claros de esa cultura popular y ese esfuerzo de clase que les unía y les guiaba en multitud de batallas.

Escucho estas historias de no hace tanto tiempo y siento que algo ha cambiado. Es evidente que en las últimas décadas y con el avance del ultraneoliberalismo las cosas han cambiado sustancialmente. El proceso de desideologización generado por estas políticas fue sembrando resultados nefastos en ese sector que, al igual que mis padres y camaradas, componían las clases populares que se unían en base a los objetivos que la ideologia de clase establecía. Eran los años 80, luego los 90 y entonces las ikastolas consiguieron techos de verdad, el sandinismo pasó a peores tiempos y llegó una nueva relación social que hizo estragos en el conjunto de la clase trabajadora: el consumo masificado. La posibilidad de consumo a traves de las nóminas mensuales, trabajos más o menos fijos y compras a través de créditos, terminó por atomizar y desestructurar lo que hasta entonces parecía el bloque antagonista del sistema.

En este desbanecimiento de la conciencia de clase, de los valores ideológicos y de desestructuración de las luchas colectivas, el feminismo, el socialismo y otros grandes ismos han ido perdiendo prestigio. Todo cambia, todo se reformula y hoy en día, la liquidez baumaniana y el posmodernismo difuminan además estas grandes ideologías.

Con todo ello, en 2007 llegó la crisis. Desde entonces y hasta ahora, la capacidad de consumo de las nuevas generaciones ha ido dismuyendo día a día. Ya no existen la estabilidad laboral, ni las nóminas fijas, ni créditos posibles. Somos las nuevas desposeidas, la clase trabajadora sin trabajo.

Desde entonces, articular el antagonismo desde las políticas revolucionarias se ha convertido en todo un reto. Y si nos fijamos, las consignas, los lemas y los presupuestos de las grandes ideologías no terminan de generar el necesario corpus político y social. Todo ello, cuando empezamos a ver que el colectivo de desposeidos empieza a agruparse en dinámicas conjuntas basadas en intereses comunes. Las personas en situación de deshaucio se unen en asambleas, las trabajadoras de la enseñanza en plataformas y así, tantísimos ejemplos de subjetividades que comparten lugares comunes y necesidades conjuntas. Es el nuevo paradigma de lucha social. Es, la posibilidad de articular ese bloque conjunto que prosiga en el camino de transformación social. Ahora bien, tal y como dijera al calor del histórico congreso de Sortu Arnaldo Otegi, las consignas y los esloganes deben dejar paso a los argumentos. Será con la fuerza de los argumentos.

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