Fermin Munarriz | Periodista
Shake y ziker
Vivimos tiempos evanescentes. Apenas nos habíamos zafado del narcótico «Gangnam Style» de barrio pijo coreano, cuando otro virus telemático ha infectado de nuevo a millones de personas en el planeta. Es el «Harlem Shake», que en apenas mes y medio de vida se acerca ya a los cien millones de visitas en internet y, lo que es más preocupante, ha abducido a miles de personas para dejar constancia ante las cámaras de la volatilidad de nuestras certezas.
Se trata de una pieza de medio minuto, que comienza con la voz «con los terroristas» robada a un cantante de reggaeton y con el hip hop sintético de un tal DJ Baauer. Durante quince segundos, una persona a veces disfrazada y siempre con la cabeza oculta baila descompasadamente mientras quienes le rodean permanecen impasibles en sus tareas. A mitad de pieza, todos comienzan a moverse descontrolada o espasmódicamente con disfraces u objetos disparatados. Eso es todo. No hay más.
Surgió en una tarde de aburrimiento de cinco adolescentes australianos que decidieron subir a internet su gracieta. «Sin más», dirían ellos, pero decenas de miles de adultos han recreado la coreografía hasta convertirla en un fenómeno de masas: oficinistas, bomberos, militares, deportistas, pasajeros de avión, mineros, actrices porno, estudiantes, bibliotecarias, mecánicos... y hasta el Ballet Nacional de Inglaterra se han dejado arrastrar por la enajenación colectiva. Millones de personas atrapadas en el absurdo. Como una paradoja líquida: cuantos más son, más frágiles se ven. Será suficiente una suave brisa para desbaratarlos.
Huyo del desasosiego que me causan esos vídeos y me dirijo directamente a las imágenes del ziker, la danza ceremonial chechena: decenas de hombres bailan en círculos cada vez más cerrados, golpeando enérgicamente con sus pies el suelo y coreando jaculatorias que semejan un rugido colectivo y vibrante. Siempre parecen más de los que son y, sin embargo, aparentan ser solo uno; las vueltas balanceantes y sus voces graves amplifican la fuerza del rito. Es un trance casi hipnótico, también como preparación para el combate. Es una danza sólida, que ayuda a comprender por qué les llaman irreductibles. Vienen del fondo de la historia y ningún vendaval ha conseguido hacerlos desaparecer. A fin de cuentas, la vida no es una performance.