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Vida de bombardeos, escasez y penurias para los civiles sirios

Además de los centenares de muertos y heridos que deja cada día la guerra siria entre los civiles, miles huyen en el interior del país o a los países vecinos mientras los que se quedan intentan sobrevivir entre penurias, sin luz, y con escasez de alimentos.

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Como en cualquier guerra, los civiles siguen sufriendo las peores consecuencias del conflicto sirio. Cientos de personas mueren cada día, millones están desplazadas en el país y decenas de miles han huido a países vecinos donde viven en condiciones muy difíciles. «Desafortunadamente, la gente se está acostumbrando al elevado número de víctimas civiles que se registran a diario», advierte Robert Mardini, jefe de Actividades Operacionales para Oriente Próximo y Oriente Medio del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).

Más de 70.000 muertos en dos años y un millón de refugiados, que, según la ONU, podrían duplicarse o incluso triplicarse para finales de 2013. Son sobre todo civiles. Cada día casi 10.000 personas cruzan las fronteras. El éxodo se ha acelerado en los últimos meses y 400.000 han huido solo desde el mes de enero. En el interior, «miles y miles de personas han desaparecido o están detenidas», afirma el CICR. «Las familias buscan desesperadamente a sus seres queridos, pero carecen de toda información sobre su paradero», añade. El Comité carece de información de primera mano sobre los deteni- dos pese a sus intentos por visitarlos.

Alrededor de 2,5 millones de personas en Siria y cerca de un millón de refugiados en los países vecinos dependen de la ayuda humanitaria, cada vez más insuficiente.

«Es un período crucial para los ciudadanos sirios. Se encuentran exhaustos, han agotado sus ahorros y necesitan más ayuda, en medio de esta crisis que va a entrar en su tercer año», advierte la directora ejecutiva de Programa Mundial de Alimentos (PAM), Ertharin Cousin.

horas de colas y precios disparados

Pasar la noche en vela para llenar el depósito de combustible del coche u obtener una bombona de gas es parte del día a día en el país, una vida de penurias que los sirios nunca habían conocido. «Para comprar pan hay que inscribirse en una lista y esperar dos o tres horas», lamenta Oum Fadi en Artuz, cerca de Damasco. Como muchos otros sirios, esta mujer, madre de cuatro niños, utiliza leña en lugar de gas o gasóleo para calentar su casa. «El precio de la bombona de gas se ha disparado, pasando de 450 libras sirias (unos cuatro dólares) a 3.500 dólares (35 dólares)», se indigna.

«El gasóleo, si lo encuentro, es dos veces más caro, hay que hacer cola durante horas. Es insoportable» confirma Bilal, un empleado de 35 años. En los últimos meses la harina también se ha encarecido un 140%, la gasolina un 62% y el gasóleo un 106%. Ziad, taxista, llega con bidones de gasolina de Líbano. «Antes era al revés, los libaneses compraban en Siria», señala.

La guerra ha hundido a Siria en una profunda crisis. El PIB se ha derrumbado, la inflación está disparada y el paro y el déficit no dejan de crecer.

Maged, un panadero, afirma comprar la levadura a «un precio diez veces superior al que tenía antes».

La producción agrícola se ha dividido por dos y la producción de trigo y cebada ha caído a menos de dos millones de toneladas, frente a los 4,5 millones de antes del comienzo del conflicto, según la FAO.

El CICR lamenta que la asistencia que se presta a las personas en Siria es más que insuficiente para atender unas necesidades cada vez mayores. Advierte de que el grave deterioro en las condiciones de salud que sufre la población se ve incrementado por los ataques de que han sido objeto los establecimientos de salud y sus trabajadores.

Los combates y bombardeos impiden, además, a los habitantes abastecerse con normalidad. Abu Mohamad hace sus compras en el mercado de Souk al-Hal, al este de Damasco, y señala que cuando hay bombardeos «tengo tanto miedo que me arrastro como una rata».

En todo el país la población tiene que luchar cada día para asegurar sus necesidades mínimas. En Alepo, segunda ciudad del país y que fue su pulmón económico, algunos barrios están totalmente privados de electricidad hace meses. «He olvidado la existencia de la lavadora o el frigorífico», se lamenta Oum Hassan, una sexagenaria en el barrio de Massaken Hanano, sector dominado por los rebeldes. Como muchos de sus vecinos, alumbra su casa con lámparas que su marido carga con la batería de su coche.

Desde que cerraron las fábricas, antes símbolo de la prosperidad de Alepo, la mayoría de la población está inactiva.

A salvo de las bombas, pero como en una gran prisión

«Aquí la vida es muy, muy difícil. El agua tiene un gusto terrible, la alimentación con conservas nos provoca dolores, el polvo nos deja ciegos y no tenemos más medicamentos que calmantes», afirma un anciano en el campo de refugiados de Zaatari, en Jordania, donde los sirios que han huido soportan con dificultad las duras condiciones. En Siria, «las bombas volaban sobre nuestras cabezas, destruían nuestras casas y transformaban nuestra vida en un infierno. Por eso decidimos irnos, sobre todo por los niños», relata Ali al-Bardani, sentado en su tienda y rodeado de 20 niños. Como él, más de un millón de refugiados están registrados por el ACNUR. «Es como si estuviéramos en una gran prisión, de la que no podemos salir» afirma el yerno de Al-Bardani, Mohamed, que ha sido operado de corazón. «Mi estado de salud es muy malo, necesito medicamentos», añade. Otros sirios califican también la situación de catastrófica, pero Abu al-Abed, de 45 años, que ha llegado hace unos días, la relativiza: «Al menos estamos al abrigo de los bombardeos, de la muerte y de la destrucción».  Kamal TAHA (AFP)

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