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NARRATIVA

El original y la copia

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Iñaki URDANIBIA

Quien se haya acercado a las obras del escritor francés Georges Perec (1936-1982) habrá asistido a juegos, historias entremezcladas, distintas partes de la historia que parecen discordar o complementarse. Baste citar «La vida, instrucciones de uso», «La desaparición», «El hombre que duerme», «El gabinete de un aficionado» o «W o escenas de infancia». Todo lo dicho, y hasta las combinaciones deudoras de las matemáticas y sus relaciones aleatorias, marcan su obra con la impronta propia del ambiente literario en que se movió, junto a los Queneau, Calvino, y demás tropa oulipiana. Ahora se presenta, con ejemplar rapidez en la traducción (el año pasado vio la luz en su versión original francesa), su primera novela, escrita en 1960, que quedó sin publicar y olvidada. La introducción por parte de quien fuese su amigo y colega de juventud, Claude Burgelin, da cuenta sobrada de las idas y venidas que dio el original y las diferentes transformaciones que fue sufriendo en manos de su siempre insatisfecho autor.

La obra no cabe duda de que tiene gran interés, y no solo por la personalidad de su autor y su repercusión, sobre todo tras su fallecimiento, en el mundo cultural hexagonal. Por una parte, asoman algunos de los temas que luego aparecerían de manera más trabajada en algunas de su obras maestras, lo que permite que puedan ser interpretadas con una nueva luz; por otra, su división en dos historias relacionadas ,pero que divergen en su enfoque, hace que estemos ante una historia que son, al menos, dos: una, la de la falta; la otra, la de la explicación y, hasta si se me permite decirlo, la de la redención.

Desde las primeras páginas asistimos a una vida dedicada a la falsificación de obras de arte, con crimen incluido, a la vez que avanzamos por las vicisitudes del artista en imitaciones a modo de autorevisión del protagonista. Gaspard Winckler -personaje que más adelante aparecerá en alguna obra perequiana, en «W o el recuerdo de la infancia», por ejemplo- no hace sino obedecer las indicaciones de Anatole Madera para realizar una copia perfecta del cuadro, colgado en el Louvre, pintado por Antonello Messina en 1475. Mas no alcanza la perfección que pide el insatisfecho falsario ni tampoco sus expectativas, lo que le hace enfrentarse a sí mismo, al pintor y a su cuadro-modelo. El milagro de la creación en pintura, aspecto traspasable al de la creación literaria, se balancea entre la técnica, la imitación y el éxito de recrear hasta tal punto el modelo que el producto se convierta en algo realmente sorprendentemente nuevo.

Con Perec siempre nos movemos en un ambiente lúdico y existencial, donde las apariencias ocultan una realidad subyacente; en este caso, la forma de novela policíaca sirve de envoltorio a unas historias que se despliegan en un esmerada labor, entre el laberinto y el laboratorio. Se nos ofrece la ocasión de ver al que devendría gran escritor en sus primeros escarceos, que ya denotaban su voluntad de experimentar.

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