Las persianas metálicas de los comercios de Jendires, ciudad de mayoría kurda del norte de la provincia de Alepo, golpean con contundencia contra el suelo. Aunque son las once de la mañana, los tenderos echan el cierre a sus establecimientos para dirigirse hacia la plaza del ayuntamiento donde tendrá lugar una manifestación en honor a los mártires kurdos fallecidos durante las protestas de Qamishlo el 12 de marzo de 2004.

Ataviados con banderas del Partido de la Unión Democrática (PYD), brazo político del PKK en Siria, decenas de personas se reúnen en frente de un consistorio local presidido por un gran retrato de Abdullah Öcalan. Tras tres minutos de un sepulcral silencio, Xelil Abbas, jefe del parlamento local, empuña el micro para dirigirse a la muchedumbre congregada: «La sangre de nuestros mártires no fue en vano. Hoy, nueve años después de la masacre de Qamishlo, gran parte de Kurdistán Oeste vive libre del yugo del régimen», expone el político kurdo.

A trescientos metros de allí, tiene lugar una manifestación paralela organizada por los partidos que conforman el Consejo Nacional Kurdo (CNK), hecho que demuestra la división en el seno de la población kurda pese a la creación del Comité Supremo Kurdo, organismo político que trata de administrar la revolución en las regiones kurdas.

Ambos actos sirven para rendir homenaje a los mártires caídos en Qamishlo y Alepo durante las reyertas del 12 de marzo de 2004. Los disturbios comenzaron durante un partido de fútbol muy accidentado cuando algunos aficionados árabes del equipo visitante comenzaron a exhibir fotos de Saddam Hussein enfureciendo a los aficionados kurdos del equipo local. Como respuesta los hinchas locales izaron la bandera kurda en el estadio, lo que desembocó en una batalla campal entre ambas hinchadas y la contundente actuación de la policía siria.

Los disturbios tomaron rápidamente una connotación reivindicativa por parte de la minoría kurda y se expandieron por toda la ciudad. La quema de la oficina local del Partido Baaz y el derrumbamiento de una estatua de Hafez al-Assad por parte de los manifestantes kurdos provocaron la rápida respuesta del ejército sirio de Bashar al-Assad que desplegó miles de soldados apoyados por tanques y helicópteros. Cerca de 40 kurdos murieron en aquellos disturbios antes de que el régimen restableciera su control sobre la población sublevada.

En solidaridad con la población kurda de Qamishlo, en marzo de 2004 también hubo manifestaciones en otros puntos de la geografía siria. En Alepo, Feride Ahmad fue abatida por la policía siria en Sheikh Maqsoud, barrio de mayoría kurda de la ciudad. Originaria de una pequeña aldea cercana a Jendires, hoy sus restos mortales descansan en el pequeño cementerio de esta villa.

Tras acabar el emotivo y multitudinario acto en la plaza del consistorio de Jendires, decenas de personas, entre ellas varios familiares de Feride, se dirigen hacia el diminuto camposanto ubicado en una verde colina. Una decena de mujeres porta una gran bandera con los colores kurdos -rojo, verde, amarillo- y con ella envuelve la lápida de la mártir. Allí, Hisne, parlamentaria local, dedica unas palabras a Feride Ahmad y resalta «la importancia de la lucha kurda en la situación actual que atraviesa Kurdistán Oeste y Siria».

Los nueve años de los disturbios de Qamishlo y el segundo aniversario del inicio de la revuelta en Siria llegan en un momento de duros enfrentamientos entre las Unidades Populares de Protección Kurdas (YPG) y el ejército sirio en Ashrafiyeh, barrio de mayoría kurda de Alepo. Las tensiones con el Ejército Sirio Libre (ESL) se han rebajado después del acuerdo de alto el fuego alcanzado en la norteña ciudad de Ras al-Ain.