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Arantza Santesteban Historiadora

Pornotopía

Generaciones enteras nos hemos llevado a la cama estas formas de practicar el sexo que no siempre habrán terminado de satisfacer nuestros deseos sexuales porque probablemente ni siquiera tengamos mucha idea de qué es lo que realmente nos pone

Ayer tocó noche de insomnio. Volví de ver en la filmoteca «Els desigs humits d´Ichijo», una película erótica japonesa con la que esperaba ampliar un poco más mi reducido y normativizado imaginario sexual. Resultó que la expectativa no se cumplió y no fue tanto por el idioma, sino porque una no está acostumbrada a ver narrativas pornográficas no occidentales y por lo tanto no termina de entender quién es la protagonista, qué le pasa exactamente, cómo se relaciona con otros personajes y, a fin de cuentas, de qué va la peli.

Mi insomnio, empero, no estuvo motivado por la sugestión que pudieran haber provocado las imágenes de la citada película, sino porque al llegar a casa seguí tirando del hilo y recuperé el libro «Pornotopía». Pornotopía, la utopía del porno. Beatriz Preciado desvela en este ensayo la unión entre la arquitectura y la sexualidad en «Playboy» durante la Guerra Fría. Habla de Hugh Hefner, creador de la revista «Playboy» y de cómo en 1962 presentaba la maqueta de lo que sería el futuro Hotel Playboy. El citado edificio se convertiría así en una suerte de complejo arquitectónico donde este soltero heterosexual televisaría y espectaculizaría un espacio utópico formado por estancias idílicas habitadas por conejitas preparadas para satisfacer sus placeres. Así, el capitalismo encontraba la manera de oficializar este modo de pornografía como ideología dominante de la sexualidad.

Desde entonces, toda una industria patriarcal del porno ha operado y opera en nuestros cuerpos y en nuestras mentes. Imágenes que en la mayoría de los casos protagonizan hombres manteniendo relaciones sexuales desiguales con mujeres han contribuido a extender la industria del sexo hasta perpetuar este ideario y ofrecerlo como el único imaginable. Habrá quien opine que no es para tanto y que en la intimidad existen muchas formas de hacer las cosas. A mí, sin embargo, me parece que precisamente esa intencionada intimidad y la carga moral que rodea a la sexualidad han sido la condición indispensable para que hayamos quedado en muchos casos al amparo de nuevos imaginarios pornográficos. Así, generaciones enteras nos hemos llevado a la cama estas formas de practicar el sexo que no siempre habrán terminado de satisfacer nuestros deseos sexuales porque probablemente ni siquiera tengamos mucha idea de qué es lo que realmente nos pone.

Por suerte, existen nuevas narrativas enmarcadas en las corrientes postporno que proponen otra manera de explorar la sexualidad. Erika Lust, Diana Torres o María Llopis están relatando otras maneras desde las que imaginar y subvertir el deseo. Otras expresiones pornográficas desde otros puntos de vista que consigan empoderar a las personas que participan en ellas.

Así pues, creo necesario seguir desnaturalizando ese imaginario colectivo que han ido construyendo imágenes como las filmadas y producidas en el comentado hotel, imaginario que nos representa de forma binaria y dicotómica, en el que lo sensual, lo erótico, lo sexual y todos sus antónimos son utilizados para delimitar el marco de lo posible, de lo deseable y, también, de lo follable.

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