Lo que más puede perjudicar a «Barbara» es que se la compare con «La vida de los otros», película con la que no tiene ningún parecido, como tampoco lo tiene con respecto a «Goodbye Lenin», salvo porque los tres títulos están ambientados en la Alemania Oriental antes de la caída del Muro de Berlín.

«Barbara» es una obra personal de principio a fin y así lo quiso reconocer el Jurado de la Berlinale, premiando a Christian Petzold con el Oso de Oro al Mejor Director. No pretende desentrañar las interioridades del régimen comunista ni tampoco denunciar la falta de libertad política, sino plantear un dilema existencial dentro de ese contexto histórico y social. De entrada, el realizador no ha querido caer en los tópicos maniqueos de una ambientación grisácea para representar aquellos años, sino que utiliza una fotografía con los mismos colores naturales con que se recrea esa época de entre finales de los 70 y principios de los 80, cuando la acción transcurre en la RFA.

Lo hace así para no desviar la atención de la figura central, que es la que le interesa en su drama particular. Nina Hosse interpreta de forma sutil el dilema existencial de una mujer atrapada en ese mundo, ya que duda entre pasarse al otro lado o seguir ejerciendo su labor médica, junto a otro doctor que quiere servir al pueblo que le ayudó a formarse.

La narración funciona mediante un suspense interno, debido a que la información sobre la protagonista le es suministrada al espectador de forma gradual, averiguando poco a poco la forma en que esta mujer se ha visto marcada por su pasado. Mientras, en tiempo presente, se la ve acosada y víctima de una paranoia no exenta de justificación. Es sometida a una estrecha vigilancia por parte de la STASI por una estancia previa en prisión.