La política exterior alemana busca un perfil propio en un año electoral
El ministro alemán de Asuntos Exteriores, Guido Westerwelle, prometió en un encuentro con la prensa extranjera, que el año 2014 será un «año muy europeo». La incógnita es si para entonces el liberal seguirá siendo socio de Gobierno de la canciller, Angela Merkel, y titular de la cartera.
Ingo NIEBEL | Berlín
El ministro de Asuntos Exteriores alemán, el liberal Guido Westerwelle (FDP), no lo tiene fácil: desde que estalló la crisis financiera en la Unión Europea (UE) su jefa de Gobierno, la demócrata cristiana Angela Merkel (CDU), se lleva todo protagonismo político. De esta forma, la canciller ocupa también en los medios de comunicación el espacio que su socio liberal tanto necesitaría para mejorar la imagen de su partido, al que los sondeos dejan fuera del Parlamento alemán al pronosticar que va a tener problemas para superar el límite del 5%.
Una manera de salir de situaciones como ésta suele ser buscar el encuentro con la prensa. Westerwelle optó por reunirse hace dos semanas con la Asociación de la Prensa Extranjera (VAP). Recibió a los corresponsales acreditados en Berlín en su Ministerio, en concreto, en la parte del histórico edificio del Reichsbank en la que se ha instalado. Las cajas fuertes del que fuera el «banco de imperio alemán» hasta finales de la Segunda Guerra Mundial no guardan lingotes de oro sino el archivo de la diplomacia alemana.
Nada más empezar el encuentro con la prensa Westerwelle volvió a toparse con que es que Merkel quien marca las pautas de la política y no él. Aprovechando la reciente visita del presidente de EEUU, Barack Obama, a Israel, al ministro le habría gustado mucho hablar del papel que Alemania jugará en Oriente Medio, que, a su juicio, será el de «líder en estrecha cooperación con EEUU», pero nadie quiso saber más al respecto. En el pasado, Berlín intervino en las negociaciones secretas entre Tel Aviv y la resistencia libanesa, Hizbulah, que desembocaron en la liberación de varios centenares de presos palestinos y libaneses a cambio de la libertad de un soldado israelí y la devolución de los restos mortales de militares sionistas caídos en combate.
Otro punto caliente de la política internacional es Siria. Al hilo del encendido debate en el seno de la UE een torno a una posición común ante la rebelión siria, Westerwelle se mostró, en un principio, muy cauto respecto al suministro de armas al rebelde Ejército Sirio Libre. Ante los avances logrados este año por las tropas del presidente Bashar al-Assad luchando contra la oposición armada, Berlín sabe que el anhelado «cambio de régimen» en Damasco requiere una mayor intervención. Sin embargo, a orillas del Spree se teme que una nueva escalada del conflicto sirio pueda encender toda la región. Westerwelle quiere buscar un camino entre ambas opciones con el mismo objetivo: acabar con Bashar Al-Assad. Pero su proyectada caída, que París y Londres quieren acelerar enviando armamento a los grupos rebeldes, es un ataque directo a los intereses geopolíticos de Rusia, que perdería a un socio y sus bases estratégicas en el Mediterráneo. La influencia militar y política de Moscú en la región quedaría así limitada al Mar Negro y al Cáucaso.
La ambigüedad del ministro
En este contexto se sitúa también la crisis financiera que azota a Chipre. El país forma parte de la UE pero, dado el volumen de capital ruso depositado en bancos chipriotas, Rusia interviene en asuntos que corresponden a Bruselas. Como entre sus deberes está velar por la buena imagen de Alemania, el ministro subrayó que fue la troika la que impuso las condiciones para el rescate y no Berlín.
Una ambigüedad que utilizó también al referirse a Moscú. Las relaciones entre ambos países pasan por sus peores momentos y eso beneficia a los intereses políticos de Washington en Europa. Entre líneas, Westerwelle dejó claro que no será él quien las va a mejorar. En más de una ocasión se refirió a sus contactos con la «sociedad civil» en Rusia, es decir, con personas y organizaciones opuestas al presidente, Vladimir Putin. Sin mencionar expresamente la nueva ley con la que el Parlamento ruso restringió drásticamente el apoyo extranjero a ONG de la oposición rusa o el trato a los homosexuales, está claro en qué lado se ubica Westerwelle, quien se casó en 2010 con su compañero Michael Mronz.
Dado que no hay duda alguna de que la UE está inmersa en su peor crisis, que no solo es financiera, económica y social, sino también institucional, llamó la atención que el ministro liberal señalara que el 2014 será «un año muy europeo». Matizó que no lo será solo por las elecciones al Parlamento Europeo sino porque se asentarán también las bases para la futura Europa. En este contexto, habló de valores comunes y de la «reunificación de Europa». Tras la consolidación económica de la UE en 2013, habrá nuevas conversaciones sobre una Constitución europea, añadió.
Westerwelle, quien no destaca por su humor, hizo también un guiño a la prensa extranjera prometiéndo que en el futuro habrá dos encuentros anuales en lugar de uno. Cuando el representante de la VAP, quien dirigió el encuentro, le preguntó si podría repetirse inmediatamente después de las elecciones alemanas, el ministro respondió secamente que prefería «esperar hasta después de negociar el pacto de Gobierno». Mucho optimismo por parte de un ministro cuya política exterior sigue las pautas de su canciller y de Washington.