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Análisis | Políticas anti-crisis en Euskadi

Mirando al Sur

Los autores del análisis reprochan a la clase política y, en particular, al lehendakari Urkullu su incapacidad para hacer frente a la crisis económica por haber caído en dinámicas a corto plazo que tienen «todo de demagógico y muy poco de compromiso personal y colectivo».

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Durante la celebración del Aberri Eguna, el lehendakari Iñigo Urkullu se dirigió a la audiencia que le escuchaba -y a los medios de comunicación- pidiendo a la sociedad vasca «mirar al sur». De esta forma, nos daremos cuenta de que la situación en el conjunto de España es sensiblemente peor que en nuestra comunidad autónoma. Servicios públicos que se cierran, administraciones en quiebra... Miremos al sur.

Con todo el respeto, sentimos no compartir este posicionamiento. Es cierto que nunca es conveniente caer en derrotismos o perder la perspectiva comparativa que nos sirva para relativizar la situación y evolución de la crisis financiera en el País Vasco. Pero otra cosa muy distinta es la autocomplacencia en la que estamos cayendo en Euskadi durante los últimos años, consecuencia de una ya larga trayectoria de pasividad en la política económica, especialmente grave a partir del estallido de la crisis financiera.

Es evidente que durante los años 80 y 90 el País Vasco realizó un importantísimo esfuerzo de reconversión industrial primero y de reforzamiento de nuestro nuevo tejido industrial a continuación. Pero no nos engañemos. Aquellos esfuerzos solo compensaron parcialmente los déficits institucionales estructurales que el franquismo dejó en nuestro país.

Desde los 90, llevamos demasiado tiempo durmiendo en los laureles. El desarrollo de este siglo en el País Vasco no se ha asentado en activas y eficientes políticas públicas capaces de hacer frente a nuestros grandes problemas sino en la eficiencia y dinamismo de nuestro tejido industrial, de pequeñas y medianas empresas (y de la burbuja financiera, por supuesto). Estamos viviendo de las rentas.

Dar la vuelta a esta situación de forma inmediata es imprescindible. No podemos seguir repitiéndonos una y otra vez que otros están peor o que estamos mejor que la media europea en una u otra variable. Ya hemos explicado repetidamente por qué la media europea no es una referencia válida para nuestra economía y que necesitamos, de forma urgente, una nueva política estadística que nos compare con las regiones más eficientes de Europa, de USA y de los países emergentes.

En cualquier organización, privada o pública, los esfuerzos colectivos se dinamizan en base a retos de futuro, nunca en base a la sistemática comparación con quienes están peor. Este último es el camino seguro para el desastre colectivo.

Lo cierto es que tenemos un tejido empresarial activo y dinámico, pero un entorno institucional con gravísimos déficits estructurales. Nuestras empresas, cada vez más, tienen que competir con las mejores y el que otras empresas del conjunto del Estado español estén en peor situación les sirve de poco o de nada. Tenemos que mirar hacia otro lado, hacia el norte de Europa y hacia los países emergentes.

Si miramos hacia Europa y hacia los países emergentes nos daremos cuenta de dónde estamos y de qué es lo que nuestra política económica debe hacer y no está haciendo. De que los servicios sociales y el estado del bienestar solo se mantienen con un tejido productivo eficiente, un sistema financiero enraizado y unas políticas públicas comprometidas. De que las bases institucionales de nuestro desarrollo económico y, en concreto, la educación, la universidad y la investigación son aún asignaturas pendientes que necesitan reformas estructurales inmediatas.

Lo que está sucediendo en Euskadi, con un desempleo creciente, cierres continuados de empresas..., no se soluciona pensando que «otros están peor». Lo que está sucediendo se debe precisamente a que desde el estallido de la crisis no hemos hecho otra cosa que regodearnos en una autosatisfacción poco encomiable. Nuestros problemas estructurales eran -y son- distintos a los de España y necesitaban de medidas sustancialmente distintas. Mientras tanto, hemos ido poniendo las bases de nuestro propio hundimiento: congelación -o reducción- de las inversiones en investigación e innovación, desestructuración de nuestro sistema financiero, despreocupación con respecto a nuestros déficits estructurales en educación e investigación.

Limitarse a defender a corto plazo nuestros servicios públicos es -sentimos decirlo- demasiado fácil. Porque nuestros problemas estructurales son esencialmente distintos. Nuestro nivel de sobreendeudamiento no es comparable con el del conjunto de España y, por lo tanto, tampoco lo son los problemas derivados del proceso de desapalancamiento financiero. Aunque, por la senda que llevamos, nuestra situación irá de mal en peor. Limitarse a recoger los frutos de una menor tensión sobre nuestros presupuestos públicos no es suficiente.

Nuestras energías durante todos estos años deberían haberse dirigido a realizar los cambios estructurales que permitieran posicionar a nuestra sociedad y a nuestro tejido productivo en un nuevo contexto. Realizando para ello los esfuerzos presupuestarios necesarios en educación e I+D. Y abordando las reformas estructurales que debe- rían haberse abordado hace ya diez años.

Si nos paramos a pensar en serio cuáles han sido nuestras estrategias anticrisis llegamos enseguida a una conclusión evidente. No hemos tenido una estrategia anticrisis. Hemos copiado de mala manera determina- das medidas y políticas que no correspondían ni con nuestra situación ni con nuestros retos. Y hemos desatendido lo más importante. En realidad, nuestras políticas no han hecho nada para preparar nuestro futuro y, por lo tanto, sólo han asegurado el agravamiento progresivo de nuestra situación. Es lo que no hay más remedio que denominar políticas «procrisis».

Cinco años de políticas pro-crisis nos están llevando a donde nos tenían que llevar. Eso sí, seguiremos en una actitud autocomplaciente, comparándonos permanentemente con quienes sabemos que van a dar peores resultados estadísticos.

Nuestras políticas públicas necesitan una reorientación inmediata. Durante los últimos años hemos caído en un cortoplacismo que tiene todo de demagógico y muy poco de compromiso personal y colectivo. Necesitamos menos autocomplacencia y más capacidad de autocrítica y compromiso. Para ello, miremos al Norte. Miremos a los países emergentes. Ya está bien de mirar tanto al Sur.

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