Carlos GIL Analista cultural
Sexo
Con la muerte de Jesús Franco y Bigas Luna con muy pocos días de diferencia y sin entrar en las cualidades cinematográficas de ambos, se abre de nuevo un debate nunca cerrado sobre la diferencia entre erotismo y pornografía. El arte de la seducción, el amor, las relaciones sexuales como parte sustancial de la experiencia humana y como expresión artística. Esos territorios en donde se parte de un concepto esteticista o se abunda en una geometría de cuerpos que se puede entender como una gimnasia que canoniza unas formas, unas gestualidades y unas prácticas sexuales casi industrializadas.
Llevo estos días entre autores del siglo de oro y cada vez me parece que su legado es de una belleza léxica y de una técnica dramática de gran valor, pero que han ido formando un sustrato ideológico que aprisiona cualquier noción de libertad. Esos destinos cruzados entre la religión, la obediencia al rey que es la encarnación de la patria y la honra; sus conflictos resueltos siempre con violencia fatal, dan una idea del ser humano que parece estar preso por inquietudes sobre el más allá, mientras lo cotidiano, la sexualidad por ejemplo está siendo siempre oculta, castigada, o en el mejor de los casos es de una entidad machista que sonroja.
El ser humano asexuado, la sexualidad como pecado, hace que sintamos el erotismo y hasta la pornografía, con todas las reservas, como algo liberador de pulsiones secretas lo que hace que crezca todavía atracción por ello. Y quienes han logrado transmitir esas sensaciones con rango de instrumento político, como hizo Pasolini, han dibujado al ser humano completo, con ideas, con emociones y con sexo. Sin muchos adjetivos.