Iñaki Urdanibia Doctor en Filosofía
Bolsas en el balcón
Ellos mismos lo dicen: «la iniciativa de esta plataforma -el texto pertenece a la de Legazpi- nació de los partidos políticos, pero actualmente no tenemos ninguna vinculación política». (¡Ah!)
De un tiempo a esta parte algunas poblaciones guipuzcoanas están viendo sus calles adornadas con distintos colorines luciendo en los balcones, junto a las banderas del club de fútbol donostiarra o las de los equipos locales, al lado de las banderolas reivindicativas a favor del acercamiento de los presos. El colorido se debe a las bolsas de basura, que dan un aire como animado a nuestras poblaciones grises, sin llegar a la belleza de pueblos como Ezpeleta o Lodosa, que se las traen, con sus rojos y sabrosos colgantes. Si me permiten un consejo a los promotores de la iniciativa, les diría que el efecto sería como más tibetano, más budista, si alternaran los colores más vivos.
Por lo que parece la ocurrente moda no se debe, como diría el otro, a la importación de aquello de «como en ---ón, la mierda por el balcón», sino a que algunos ciudadanos están muy indignados con la «cultura de la imposición» de sus alcaldías, y más en concreto en lo referente a la política de recogida y tratamiento de las basuras. Esta oleada espontánea y rebelde brota, por generación espontánea, de las consignas cocinadas en los batzokis (cuyos dirigentes usan epítetos de hondo calado: «maoísmo decía el actual jefe del Euskadi Buru Batzar; su jefe Urkullu, ha hablado en reiteradas ocasiones de «stalinismo», Egibar anda con la «Stasi»...); les acompañan los coros de las casas del pueblo, y los gorgoritos peperos, más la legión de gente que el reciclaje se la suda mas quieren evitar la incomodidad. Ellos mismos lo dicen: «la iniciativa de esta plataforma -el texto pertenece a la de Legazpi- nació de los partidos políticos, pero actualmente no tenemos ninguna vinculación política» (¡Ah!). Resulta curioso el énfasis, casi exclusivo, que se pone en las exigencias para que no se impongan dichas medidas, obviando casi la eficacia del método de cara a la conservación de nuestra tierra.
Imposiciones se dan en todos los terrenos de la vida social, así, cuántas consultas se han celebrado para saber la opinión de los ciudadanos sobre el TAV, o sobre las anunciadas incineradoras u otras grandes infraestructuras (que ahora parece que quedan marginadas, de momento, a causa de la escasez de pelas). De todo esto último, a pesar de la locura productivista que supone, estos contestatarios no han dicho ni pamplona; si el pastor dice equis el rebaño ¡beeee! en sumiso karaoke, y amén.
Todo parece indicar que el asunto de las basuras es una mera disculpa para llevar una campaña de acoso y derribo con respecto a una fuerza política que todos sabemos cual es. El «Abc» y sus hermanos de grupo periodístico se frotan las manos y algunos otros grupos de noticias también.
Personalmente algo conozco, a través de amigos y conocidos, la experiencia del PaP (puerta a puerta) de Hernani y quienes se mostraban reacios de inicio, ahora admiten que la cosa funciona, y que los esfuerzos bien merecen la pena, en la medida que sirvan para favorecer al máximo el reciclaje y, en consecuencia, la sostenibilidad de planeta en el trozo que nos corresponde. ¿Cómo no recordar el lío que supuso la puesta en marcha, hace años, el sistema de contenedores? En la actualidad, ¿quién discute la conveniencia del sistema? ¿Quién puede negar que supuso un gran paso adelante, además de suponer un aumento de conciencia medioambiental?
El deseo por montar una incineradora (o más) que sigue siendo el estandarte de algunos partidos antes nombrados, indica- ciones europeas aparte, parece responder o bien a un deseo de llevar la contraria, o bien a unos intereses ocultos, o no tanto, que parecen responder a aquello de «a más hormigón, más comisión». Habitualmente las instituciones tienden a las grandes obras, ignorando el principio de economía y sencillez.
Si hace un año surgió una colla de «nuevos libertarios», que pedían consultas un día sí y otro también, ahora asoman unos febriles defensores de la «desobediencia civil». Que yo sepa a la vanguardia se halla la plataforma ya mentada de Legazpi. En su declaración se lee: «en Legazpi habrá una consulta popular y se utilizará la vía de la desobediencia civil para defender nuestros derechos»; dos en uno: consulta y desobediencia. Vi a los voceros de tal plataforma lanzar la consigna; me quedé perplejo; no sé, como que no daban el perfil de rebeldes, críticos e insumisos.
Tal vez, también es verdad, que me quedé más colgado del caso legazpiarra que del de otros lugares (Bergara, Lezo...), además de por lo innovador del vocabulario, porque allá trabajé durante más de siete años en el instituto del lugar. El caso es que si anteriormente fueron los Bakunin, los Kropotkin, los Proudhon, los que habían logrado seguidores en una cantera inesperada, ahora el turno es de los Henry David Thoreau, Tolstói, Gandhi, Mandela....
Singular resulta que estos seguidores provengan, o sigan las consignas, de organizaciones nada dadas a desobedecer, al contrario se muestran fieles siempre a las directrices de la patronal o de entidades bancarias, hasta el punto de que a veces uno no sabe si la rueda de prensa es del, pongamos por caso, PNV o de Confebask, o de Kutxabank, pues las personas que aparecen han ocupado puestos de responsabilidad en el partido jeltzale al tiempo que manejan la pela, la nuestra, incluida la de los deshauciados. Pues nada oye, que les ha entrado una fiebre combativa, rebelde e insumisa. ¡Loados sean los dioses de la revuelta!
Sorprende que los contestatarios usen en vano y tergiversen una forma de lucha practicada por verdaderos combatientes por la libertad y contra todo tipo de injusticia; por automática asociación de ideas me vienen a la mente aquellos «objetores de conciencia», médicos ellos, que se negaban a aplicar la ley del aborto, o los farmacéuticos que se negaban a vender condones, «objetores» (¡cierto!) que nada tenían que ver con, por ejemplo, los bravos muchachos que se negaban a ir a la guerra imperialista de Vietnam. Bastaría con citar algunos nombres propios para ver que quienes han reivindicado tales postulados han sido verdaderos luchadores y desde luego nada tienen que ver con los amantes del neoliberalismo de derecha, ni de pretendida izquierda. Así pues, algo huele a podrido, pues quienes sacan a relucir la «desobediencia civil» proceden de unos horizontes políticos sumisos hasta la mismísima postración genuflexa y más dados a la «servidumbre voluntaria» de la que hablase Etienne de la Boétie.
Así las cosas, el uso de tal expresión, más parece pura máscara, para cobijarse tras el prestigio de tal método de lucha, que inaugurado, y teorizado, por Henry David Thoreau, que se negaba a pagar los impuestos debido a que el gobierno de su país seguía sosteniendo con sus injustas leyes la esclavitud además de haciendo la guerra a México, seguido por Tolstói, influyendo posteriormente en el quehacer del Mahatma Gandhi; con extensiones posteriores en Martín Luther King, Lanza del Vasto y Joseph Pyronnet contra la guerra de Argelia, Nelson Mandela,... Ejemplos por cierto recogidos en un libro recomendable: «Indarkeriarik gabeko 500 ekintza. Historia kontatzeko beste modu bat»/«500 ejemplos de no violencia. Otra forma de contar la historia» ( Manu Robles-Arangiz Institutua, 2009); casos de acciones no-violentas, de objeción de conciencia e insumisión, y de actos de «desobediencia civil». La recomendación la dirijo en dos sentidos: por una parte, para los combativos «desobedientes» legazpiarras para que conozcan cómo se las gastaban sus colegas en luchas, y por otra, a los autores de la obra que nombro, para que en próximas ediciones cuenten con esta nueva experiencia, al por menor, de la «desobediencia civil», allá por Urola Garaia, continuando por la senda que abriesen Prometeo y Antígona, Eva, Sócrates, Tomás de Aquino, etc., etc., etc.
Y así, oye, la peña del atez ate ez siempre obedeciendo la desobediencia, defendiendo, de toda la vida, la «cultura de la desobediencia» frente a la «cultura de la imposición», siguiendo el espíritu del acto fundador de la humanidad: la desobediencia, que decía Erich Fromm, complementando al siempre ocurrente Oscar Wilde: «Es a través de la desobediencia y la rebelión que se ha hecho el progreso».