En un hotel de Almería se captaba Kurdistan TV. No fumo, ni hago excesos con los alcoholes. Y a no ser que fuera una alucinación provocada por el abuso de los tomates raf pata negra, cuando llegaba a ese punto del dial me quedaba embelesado, viendo un canal que, obviamente, no entendía por el idioma usado, pero comprendía menos por las imágenes mostradas, por el lenguaje televisivo, tanto en los espacios informativos como en los de ficción. ¿Tantas ciudadanos de ese país viven en Almería o tantos turistas o visitantes acuden? ¿Será una broma del encargado de sintonizar los canales en las habitaciones? No tengo explicación convincente, pero no me negarán que es una cosa muy rara.

Estamos hablando de la capacidad técnica de los transportadores de señal, de nuestros receptores y de la capacidad de asimilar o usar la ciudadanía todas esas ofertas, que si nos ponemos en el plano local, llegamos a situaciones muy absurdos, incomprensibles. Cuando creíamos que el futuro iba a ser la inmediatez, la información más cercana, resulta que eso se ha desmontado por un uso creciente de las redes sociales, y por una saturación de ofertas televisivas que no logran alcanzar unos mínimos de audiencias suficientemente rentables para su explotación comercial. Pero siguen. ¿Cómo se sustentan, quién las mantiene, con qué objetivos? En este momento en el que la justicia laboral ha declarado improcedente el ERE de Telemadrid, vuelve a abrirse el expediente general sobre las autonómicas. Por cierto, ¿cómo va ETB? Silencio. Sabemos sus audiencias, pero esperamos acontecimientos.