Arantza Santesteban Historialaria
A pesar de este cuerpo...
Dicen que los caminos más complicados también son los más hermosos. Pero a veces hasta las cicatrices duelen
Supongo que nos pasa a casi todas. Hay días que me levanto de la cama y me parece que el suelo que piso no es el mismo suelo que pisan los demás. En estos días me suele pasar que el aire que respiro es más denso, que siento que las ojeras se extienden por toda mi cara. Siento que la gente habla y habla y yo escucho conversaciones que no terminan de ser de ida y vuelta, sino una amalgama de palabras que no consigo procesar.
Supongo que nos pasa a casi todas. Que en algún momento soñamos que existían grandes héroes -y alguna que otra heroína- que nos mostraban el camino y, sobre todo, que delimitaban qué estaba bien y qué estaba mal, qué era lo deplorable y qué era lo correcto. Así, la vida tomaba un sentido épico y crecíamos pensando que el mundo podía ser salvado de las fuerzas del mal que lo amenazaban. Más tarde, y con eso que llaman la consciencia, fuimos construyendo nuestro propio relato conjugando todos esos elementos; las buenas, los malos, lo heroico, lo insorpotable, lo humano y mil elementos más que iban configurando nuestra forma de ser y de estar en el mundo. Joder, y entonces nos fuimos dando cuenta de que los y las heroínas se diluían entre luces y colores e iban dejando paso a gente de verdad. Gente de carne y hueso. A la ama de la Ribera que se partía la espalda aprendiendo euskara en el euskaltegi después de interminables trijornadas. Al joven que se encadenaba y decidía que pagaría con cárcel la negativa de ir al servicio militar. A la eterna tía ausente, encarnada en una foto en blanco y negro y que nunca se sentaba a la mesa en las comidas familiares. A colegas a los que las ojeras se les notaban cada vez más. A parejas que empezaban a faltar.
Yo qué sé. Algo se empezaba a quebrar en el interior de una cuando salía de casa y notaba presencias extrañas a sus espaldas. Sombras malignas que la acechaban. A los y las heroínas de carne y hueso, que tomaban forma de humanoides, les iban saliendo ampollas en cada noche de insomnio. En cada presencia arrebatada. En cada poro de la piel asustado. En cada paseo circular en patios sin sentido. En cada sonido de puertas metálicas que se abrían y cerraban.
Y llegadas a este punto de la historia, quizás sea pertinente preguntar si podemos seguir adelante con tanta ampolla, con tanta ojera, con tanta fractura. Nuestros cuerpos siguen exhaustos y, a pesar de ello, es con estos con los que nos queda por construir el largo camino que empezamos y que todavía no ha acabado. La misión heroica queda todavía por concluir. Dicen que los caminos más complicados también son los más hermosos. Pero a veces hasta las cicatrices duelen.
En los días en que me levanto de la cama con las heridas abiertas recuerdo las palabras de Ranma, antihéroe de un cómic que decía: a pesar de este cuerpo, intento llevar una vida alegre y correcta; bueno, lo de correcta no sé muy bien de que va, pero somos humanoides y la intentamos colmar de alegrías.