Iñaki Arzoz Coautor del prólogo del libro «Jorge Oteiza, profeta y conspirador»
¿Dónde está(s) Oteiza?
Oteiza cambió nuestra cultura y a través de la cultura nuestro país, nos cambió a todos y cada uno de sus habitantes, y ahora somos nosotros los que en el arte y más allá del arte hemos de transformar la realidad con nuevas prácticas
Décimo aniversario del fallecimiento de Jorge Oteiza. Una década parece un plazo más que razonable para hacer un primer balance sobre su legado, aunque en el caso del escultor oriotarra -acostumbrado a manejar eras en su Ley de los cambios- pueda parecer demasiado pronto...
No obstante, creo que podemos constatar el fracaso de su proyecto inmediato, tal como se preveía ya en el libro colectivo «Jorge Oteiza, profeta y conspirador» (Astero, 2007). Hasta el punto de que al revisar el «elogio y refutación del genio vasco» que proponíamos en su prólogo, pareciera que nos refiriéramos, no al gigante vasco del arte moderno, sino a un «genio», esto es, a una especie de mamarro, pequeño y travieso espíritu que algunos han creído entrever en el bosque de esculturas posmodernas y que aún se atreve a ziriquiar nuestra conciencia dormida... Lo cierto es que la figura de Oteiza y, sobre todo, su proyecto han desaparecido en el humus de nuestra historia reciente. Y si al fallecer algunos se preguntaban, parafraseando al escultor, ¿Quosque tandem, Oteiza?, nosotros hemos de preguntarnos ahora: ¿Dónde está Oteiza?
No, desde luego, en los rutinarios homenajes que le podamos brindar, ni si quiera en aquellos que en tono hagiográfico o elegíaco se lamenten de los tiempos ingratos. Oteiza fue el peor enemigo de sí mismo y el pequeño mundo banderizo del arte vasco, después de exprimirlo en una ya envejecida «joven escultura vasca», lo ha abandonado en el cementerio de la historia del arte.
Pero tampoco en las referencias institucionales de su legado. La Fundación Oteiza, consolidada en medio de los severos recortes presupuestarios, después de una primera etapa conflictiva, se ha consagrado como mausoleo y contenedor de la cáscara vacía de Oteiza. Gestionada con competente mediocridad por Gregorio Díaz Ereño, nos ofrece el Oteiza oficial y académico, estética y políticamente correcto, cosa que nunca fue. La conservación y la catalogación de su obra escultórica o las ediciones críticas de sus libros, las actividades pedagógicas y las becas de investigación, las exposiciones temporales de coetáneos racionalistas están garantizadas, pero derivan de un enfoque exquisitamente manipulador y resultan ajenas por completo al genuino espíritu de Oteiza. El Gobierno de Nafarroa, que mediante artimañas presuntamente legales controla el patronato y bloquea la iniciativa del sector crítico de la fundación, ya se ha encargado de desactivarla convirtiéndola en una capilla-búnker. Y otro tanto podemos decir de la Cátedra Oteiza de la UPNA que, dirigida por el pope de la crítica de arte madrileña Francisco Calvo Serraller, organiza unas jornadas anuales y publica interesantes ediciones de artistas contemporáneos, las cuales poco o nada tienen que ver con Oteiza y su proyecto. Fue, obviamente, un inmenso error dejar en manos de un gobierno ultraconservador y antinacionalista su legado, y caro lo hemos pagado: el proyecto alternativo y estratégico que en torno a Oteiza se pudo articular en su momento, generando un centro de investigación, experimentación y agitación en torno a la cultura vasca contemporánea ha quedado desbaratado, quizá para siempre.
¿Dónde, entonces, podemos encontrar hoy el rastro de Oteiza? Sin duda, fuera de los museos y de los centros culturales, paradójicamente, donde apenas se menciona a Oteiza. Quizá trabajando por el proceso de paz, repartiendo a regañadientes abrazos de Zabalaga para crear «espacio-tiempos para la paz». Quizá con los jóvenes (des)okupando un local vacío para fundar un gaztetxe. Quizá en una ikastola, jugando a crear con la siguiente generación de hombres y mujeres. Quizá en las calles y en las redes peleando con imaginación y rebelde esperanza contra la crisis. Quizá en un puñado de amigos y amigas, discípulos humildes, capaces de metabolizar su legado en nuevas experiencias. Y quizá también un poco en todos los proyectos audaces, grandes o pequeños, que de la ciencia a la ecología, del activismo a la cultura, hacen realidad el verdadero legado de nuestro artista chamán cuando señalaba: «El mundo no se cambia con el arte, sino con los hombres que el arte ha cambiado». Oteiza cambió nuestra cultura y a través de la cultura nuestro país, nos cambió a todos y cada uno de sus habitantes, y ahora somos nosotros los que en el arte y más allá del arte -aunque nos olvidemos de aquel viejo cascarrabias y sus visionarios disparates- hemos de transformar la realidad con nuevas prácticas; esa y no otra es, ahora, la nueva etapa de su legado y nuestro propio propósito experimental...
¿Dónde estás, Oteiza? ¿Quizá eres tú ese melancólico y airado genio tutelar, espectro hamletiano a la sombra del «Odiseo» de la Ciudadela de Iruña que, señalándonos con un bastón circular, nos invita a conspirar eternamente por la próxima revolución?